Dentro de la amplísima oferta argentina de BAFICI 2012, no había película más anticipada que “Los salvajes”, el primer largometraje como director y guionista de Alejandro Fadel. Tras su primera exhibición, no dejó a nadie indiferente.
Siendo una de las tres representantes argentinas de la competencia internacional, “Los salvajes” es la nueva producción de La unión de los ríos, la productora que integra Fadel junto a Santiago Mitre, Martín Mauregui y Agustina Llambi Campbell, que en la edición pasada de este mismo festival estrenó la que sería la película argentina del año: “El estudiante”. El antecedente alimentó la expectativa, y su proyección dividió las aguas, generando elogios por su riesgo y críticas que castigan su ambición tildándola de pretenciosa.
“Los salvajes” es tanto un drama social como una película de aventuras con ribetes épicos y místicos, que en sus más de dos horas de metraje sigue la fuga de un grupo de jóvenes de un instituto de menores, quienes se insertan en el monte, donde cazan animales para sobrevivir, se mimetizan con su entorno y comienzan su proceso de transformación individual.
“Los salvajes” es tu primera película y es una apuesta muy ambiciosa. ¿Te lo planteaste así desde su concepción?
Creo que sí era ambicioso en el sentido de que sabía que estaba trabajando con algunos temas de los que yo sólo en algún punto podía ambicionar, porque eran temas bastante desconocidos. No escribí con un método de investigación, sino casi de modo intuitivo sobre algunas ideas, algunas reflexiones y emociones sobre el tema que estaba trabajando. La ambición va por esa cosa hacia lo desconocido, a lo misterioso que yo buscaba con la película y que no lo tenía claro antes de salir a filmar. Escribí un guión más o menos convencional de 90 páginas; cuando fui a filmar, conocí a los actores y los metimos en la sierra, la película fue creciendo para todos lados. Se volvió mucho más grande de lo que yo imaginaba en el guión. Y cuando montamos la película era más grande todavía. Llegué a una película de cinco horas y media. Con ese armado me enfermé, obviamente, porque no había nada que funcionara. A partir de ahí fue empezar un proceso como de volver a lo esencial, pulir, pulir, hasta llegar a la película que creo que llegó a su momento ideal. Fue filmar una película muy grande y después montarla con mucha conciencia y mucho tiempo.
¿Cuál era esa esencia?
Tenía que ver con que cada personaje tuviera su lugar dentro de la película. No sé si comprender a los personajes. Pasa –al menos a mí- que al terminar de ver la película no terminás de conocer a los personajes, como si ellos no le quisieran decir al espectador lo que realmente pasa. Creo que eso de volver a la esencia tenía que ver con sacar muchas cosas relacionadas con la contemplación y el paisaje, y volver a estar cerca de los personajes que son medio infranqueables.
Decís que los personajes parecieran no querer decirle todo al espectador, ¿a vos qué te interesaba decirle al espectador?
No había ni hay un mensaje claro en la película. De hecho, para mí el cine no debe buscar un mensaje claro. Es una impresión poética de un tema. Y hasta el día de hoy no sé muy bien concretamente qué dice la película.
¿Considerás que tu trabajo es más intuitivo?
Sí, intuitivo es una buena palabra. Pero había como un coraje de ir a buscar algo nuevo al set de filmación, sin demasiadas ideas previas más que el guioncito que teníamos. Era llegar e imaginar la película todos los días de nuevo. Y eso hacía que crecieras a lugares inesperados. Y lo que hace que eso funcione es el trabajo de los actores.
Los actores, que entiendo que no son profesionales, son sorprendentes. ¿Cómo trabajaste con ellos para lograr esa veracidad que trasciende la pantalla?
Vamos a confesar que uno del grupo sí es actor, pero no vamos a decir cuál. Son pibes de barrio. Hicimos un largo proceso de búsqueda, yendo a los lugares, visitando escuelas de teatro. El casting lo hicieron Mariana Mitre y Julia Olivares. Fuimos viendo chicos y haciendo pequeñas pruebas hasta encontrar a los que quedaron, que para mí es el mayor orgullo de la película. El talento que tienen me parece descomunal. Y a la vez la generosidad porque yo les estaba pidiendo mucho a cada momento. El trabajo fue juntarnos dos veces por semana en un teatro y yo les llevada algunas escenas escritas, primero las aprendíamos mecánicamente y después empezábamos a soltarlas un poco. Previo a eso y en el medio, muchas charlas con ellos sobre cosas que no tenían que ver con la película. Yo sentía que tenía un límite de acceso a ellos, tenía que ser respetuoso sobre todo y a la vez quería ver qué había de cada uno para esos personajes. Entonces los personajes se fueron acomodando a lo que ellos tenían ganas de contar.
Otro de los puntos sobresalientes de la película es la puesta, que es de una magnitud inesperada para una película independiente…
Creo que gran parte se debe a que tiene un fotógrafo excepcional que es Julián Apezteguía. Trabajamos con elementos mínimos. Y la puesta tiene que ver con algo tan técnico como que los primeros días probé usar la cámara en el hombro y había algo en el peso de la cámara y en la dificultad para caminar en el paisaje que hacía que pareciera falso lo que se veía. El segundo día probamos otra cosa, y así. Pero siendo más concreto. A mí me parecía que había algo en el habla de los chicos y en su registro actoral que yo quería tener, y me parecía que ir con una puesta que acentuara eso era un poco redundar. Entonces con la cámara traté de ser más distante de lo que la situación pedía. Mirar a los personajes con respeto. Y después creo que también hay un gran trabajo de montaje. La puesta es una combinación del talento de Julián y los montajistas, Andrés Estrada y Delfina Castagnino.
¿Sos conciente que esta fue una de las películas más esperadas de BAFICI?
Me estoy dando cuenta ahora y no se lo deseo a nadie. Las películas son películas y cuando uno logra darse cuenta de eso, cosa que no logré todavía, y sacar todo lo que hay alrededor, es mejor. Seguramente había mucha expectativa porque era la misma compañía que había hecho “El estudiante”. Así que vine a defraudarlos un poco (risas).
A partir de la experiencia de “El estudiante”, una película también independiente que se estrenó en el circuito alternativo y funcionó muy bien, ¿cómo se plantea el camino comercial de “Los salvajes”?
Nunca nos planteamos un dogma de cómo producir y cómo exhibir. Con cada película pensamos cuál es la manera más práctica, la que nos daría mayor placer de hacer, qué tiempos queremos manejar. Planteamos los requerimientos de cada película: si necesitamos más plata, buscamos más plata; si hay que ir al INCAA, habrá que ir al INCAA. De lo que sí estamos seguros –por ahora- es que las películas nuestras ganan con una exhibición más reducida, con proyecciones más controladas y que estén más tiempo, sin estar obligadas por la ley de mercado a estar dos semanas y volar. Las películas requieren un espacio y un cuidado, y tratamos de dárselo.
Cynthia García Calvo.