Mientras el público disfruta de los cortos y largometrajes que forman parte de las siete muestras competitivas y no competitivas del 17° Florianópolis Audiovisual Mercosur (FAM), los profesionales de la industria latinoamericana de cine -representados en el evento sobre todo por los países que componen el Mercosur- se encuentran para debatir posibles propuestas y dificultades para la circulación de películas latinas en la región y también, claro, para cerrar acuerdos puntuales que les permitan avanzar con sus proyectos.
Uno de los temas más presentes en esos encuentros es el de la coproducción, como herramienta principal para el fortalecimiento de una industria panregional.
Según Antonio Celso dos Santos, director de FAM, el objetivo del festival siempre ha sido tender lazos al resto del continente. “Los productores latinoamericanos, para lograr acuerdos de distribución para sus películas, se ven obligados a venderlas a agentes de ventas internacionales que pasan a ser dueños de los derechos mundiales de circulación de ese contenido. No es raro que una película venezolana se pueda ver en Europa, pero no en salas brasileñas, a pesar de que Brasil y Venezuela sean países cercanos geográfica y culturalmente, y, además, integrantes de un bloque creado precisamente para estos fines, como es el caso del Mercosur”, afirma.
Venezuela, formalmente integrada al bloque económico desde el año pasado, es el país homenajeado de la presente edición del evento, con dos largos y ocho cortometrajes seleccionados para la muestra de Largometrajes Mercosur y Otras Miradas, respectivamente. “Piedra, papel o tijera”, de Hernán Jabes, es uno de los largos cuya productora, María Carolina Agüero, estuvo presente en el foro sobre coproducciones de FAM. Agüero espera que la entrada de su país al Mercosur facilite los acuerdos de coproducción, haciendo circular las producciones nacionales: “En Venezuela se producen actualmente cerca de 20 películas al año, con un promedio de 100 mil espectadores. Esos números sólo tienden a crecer con la inclusión de otros países en los proyectos”.
Para el argentino Mario Levit, productor de “Sal”, película chilena en coproducción con Argentina dirigida por Diego Rougier, también exhibida en este FAM, coproducir es sin duda el escenario que mejor se dibuja para el futuro de la industria latinoamericana. Sin embargo, hay dificultades que deben ser entendidas con la experiencia que se empieza a acumular y, a partir de entonces, superadas. “Es importante que la coproducción sea un camino natural para el proyecto, como pasó con nosotros en el caso de ‘Sal’. De todas maneras, mi experiencia con esa película, que se rodó en el norte de Chile con parte de los equipos y de los técnicos viajando desde Argentina, es que las aduanas son un gran obstáculo a las coproducciones, así como los costos de producción y los cambios de moneda”, explica.
Otro tipo de dificultades ha enfrentado el venezolano Miguel Curiel, director del otro largo venezolano presentado en Florianópolis, “La niña de Maracaibo”, una coproducción entre Venezuela y España financiada en parte con estímulos de Ibermedia. “Terminamos filmando con un actor vasco que escogí entre los que me presentó el productor español, y eso me obligó a hacer algunos ajustes en el guión”, relata, “pero al final, el cambio cobró sentido para la historia y quedé feliz”.
Curiel, así como la organización de FAM, es un defensor de las coproducciones como manera de integrar el audiovisual latinoamericano para la conformación de una industria más sólida, incluso culturalmente. “Para saber cómo se comporta el mercado, hay que abrirlo y experimentar las posibilidades. Es lo que estamos haciendo”, finaliza.
Desde Florianópolis, por Camila Moraes.