Agustín Toscano, director y guionista de “El motoarrebatador”
A poco de su estreno mundial en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes, “El motoarrebatador” llega a las salas argentinas este 7 de junio. La primera película en solitario de Agustín Toscano, quien debutó en el largo codirigiendo “Los dueños”, se centra en el encuentro entre víctima y victimario.
La acción se desarrolla en la provincia de Tucumán, en el norte argentino, en medio de la agitación social -real- ocurrida en 2013, cuando la policía hizo una huelga de tres días que se tradujo en caos y saqueos; Miguel maneja una moto con la cual realiza robos en la vía pública junto a otra persona, y Elena es una mujer que termina lastimada en el intento de robo. Tras este incidente, Miguel visita a Elena en el hospital y se entabla una particular relación. “El motoarrebatador” es una producción de Murillo Cine y Rizoma, en coproducción con la uruguaya Oriental Features, que Cinetren estrena en veinte salas del país. LatAm cinema entrevistó a su director.
El conflicto social es un tema presente y latente durante toda la trama, pero el foco de la historia está puesto en la relación que se establece entre sus personajes centrales, para hablar de arrepentimiento, e incluso soledad. ¿Qué te motivó a contar esta historia desde esta mirada particular?
Me motivó principalmente entender estas dos miradas, la de Miguel, el motoarrebatador del título, y Elena, la mujer a la que arrastran para robarle el bolso y pierde la memoria con el impacto. Se trata de un ladrón particular que siente remordimiento por lo que hizo e intenta remediar el daño causado. Y se trata de una víctima particular también, que no recuerda nada según dice, pero que pronto nos vamos a enterar de que recuerda lo que le conviene y lo que quiere olvidar lo olvida. Es paradójico, porque él no puede olvidar y ella no puede recordar, o no quiere. Entonces empiezan una relación que va cambiando durante toda la película. Primero está teñida de desconfianza, después se va soltando y se transforma en un vínculo conveniente, quizás incluso llega a surgir amor entre ellos, pero después vuelve la desconfianza.
La película toma como escenario los hechos ocurridos en 2013, ¿cómo el guión fue permeándose o modificándose con los cambios sociales que han ocurrido desde entonces?
Durante esos días, no existió la ley. Y sobre todo durante esas noches algo cambió para siempre en las costumbres urbanas de San Miguel de Tucumán. A partir de esas fechas la mayoría de la gente empezó a quedarse encerrada, a poner rejas y alarmas en las casas, y a evitar las salidas a la calle. La televisión se transformó en la ventana que le contaba a los tucumanos lo que estaba pasando en las calles. Miles y miles de personas entraban y salían de los supermercados llevándose lo máximo que pudiera caber en sus manos. Bandas de motocicletas daban vueltas en la zona del próximo comercio a saquear. En ese estado empecé a escribir la película y de a poco ese contexto de saqueos y sedición policial fue infiltrándose en el cuento de Miguel. Las cámaras de seguridad, el humo, la ciudad semi-desierta; hay muchos elementos extraídos de ese contexto que usé dramáticamente en la historia central de Miguel y Elena. Quizás su relación es una metáfora de la sociedad y sus arrepentimientos. La película también habla de un cambio irreversible, de un giro inesperado del destino, pero dentro de la intimidad de ellos dos.
“El motoarrebatador” coquetea con el género, ¿cuáles han sido tus influencias en ese sentido?
Buñuel, Kurosawa, Hitchcock, Bergman, Wilder, Favio. Es imposible frenar el tren de las influencias cuando empiezo a contar los vagones. Sin embargo cuando hago una película trato de entender cuál es mi propio vagón. No trabajo pensando en otros directores, y menos pienso en términos de géneros o subgéneros. No soy muy amante de esa división, te confieso. Me gusta que en medio del drama surja el humor, que en la comedia llegue la parte dolorosa y también me interesa el suspenso como herramienta narrativa. Cuando elijo referentes para cada proyecto trato de alejarme de las referencias que tenía previas a esta nueva idea y esgrimo nuevos horizontes. Para “El motoarrebatador” me aferré a películas muy diversas que sentía que son familiares de la mía: “Electroma” de Duft Punk; “La Angustia corroe el alma” de Rainer Werner Fassbinder; “Pickpoquet” de Robert Bresson; “La vida de Jesús” de Bruno Dumont; “Rumble Fish” de Francis Ford Coppola; y “Mulholland Drive” de David Lynch.
Cuando se estrenó en Cannes me sorprendió leer más de una crítica que la relacionaba con Almodóvar y con los hermanos Dardenne. Sin dudas que la comparación es un halago para mí. Son cineastas que me encantan y que siempre tuve como referentes estéticos. Pero lo curioso es que no los tuve en mi equipo imaginario para esta película. Te diría que son más bien referentes de mi periodo “Los Dueños”. Sin embargo me pasó lo contrario cuando se comparó al personaje de Miguel con los de Kaurismaki. Esa sí es una referencia explícita en lo que hicimos en esta película. Tampoco me sorprendió que se la compare con “El Carterista” de Bresson. Si tengo que inscribirme en alguna tradición cinematográfica me anotaré en la “Internacional Bressonkaurismakiana”. Creo que el cine en minúsculas tiene algo muy poderoso que el cine en mayúsculas no logra ni siquiera presentar. En eso el finlandés ha actualizado los patrones del francés a nuestra contemporaneidad. Esas comparaciones no me sonrojan, sino que me enorgullecen.
El rodaje fue realizado enteramente en Tucumán, tu provincia, donde hay escasa producción cinematográfica. ¿Cómo es rodar allí en términos de producción y también del trabajo con actores?
Tucumán hoy es un territorio muy fértil para hacer cine. Los actores son excelentes, casi todos tienen formación académica en actuación y dominan diversas técnicas expresivas. Participan muy activamente. Además la gente tiene una forma de vida que les permite reunirse muchas veces a ensayar y a preparar la película. Trabajé con emprendedores que están acostumbrados a trabajar como inversión. Apuestan tiempo y dedicación en cada obra que participan y eso luego se siente en el resultado final. Hay mucha expectativa en toda la sociedad tucumana con el cine, que empezó con “Los Dueños”. Tenemos a disposición una gran variedad de locaciones, de materiales y de ayudas, toda una red solidaria que se ha puesto como meta sostener el crecimiento del audiovisual en la provincia y yo como realizador me he visto muy beneficiado con esta transformación. Creo que cada año será más fácil hacer cine en Tucumán.
Creo que el cine en minúsculas tiene algo muy poderoso que el cine en mayúsculas no logra ni siquiera presentar.
En estos aproximadamente cinco años de distancia entre esta película y tu ópera prima “Los dueños”, ¿has notado cambios en lo que respecta a la realización cinematográfica en la provincia?
El Gobierno provincial y municipal han entendido la importancia de participar en el fenómeno cultural que se ha despertado en la región. Primero fue la Provincia de Salta, nuestra vecina más cercana, que sorprendió a principios de la década del 2000 participando en las películas de Lucrecia Martel, marcando un precedente fundamental para el cine provinciano argentino. La calidad de las películas es fundamental para que este crecimiento se vea como tal. Porque es la exposición en festivales internacionales y en plataformas lo que hoy le dió un estatus nuevo a la producción del interior del país. Son las críticas y el respeto ganado en los medios lo que vuelve al Noroeste Argentino una región atractiva y próspera dentro de la industria del cine nacional. Esto las instituciones tucumanas lo han entendido y lo tienen presente en su agenda.
“El motoarrebatador” es tu primera película en solitario, como se suele decir. ¿En qué medida consideras que se relaciona con “Los dueños”, tanto en temática como aspectos formales?
Quizás es por compartir un tono, que son películas hermanas. Parecen la continuidad de un mismo mundo de ficción. Hay temas que se atraviesan de una a la otra, principalmente el referido a la propiedad privada y a la usurpación. Hay un humor que avanza hacia el mismo rumbo. Hay una escena que es de ambas películas. Hay un elenco parecido, con muchos nombres que se repiten. También hay un uso del lenguaje verbal que es similar. Pero formalmente tienen tratamientos estéticos distintos.
En “Los dueños” buscábamos un naturalismo ligeramente extrañado. En “El motoarrebatador” buscamos un extrañamiento ligeramente naturalista. Se trata de la operación contraria. En la primera disimulábamos cualquier expresión que viniera dado por la cámara y la puesta en escena. En “El motoarrebatador” tensamos la cuerda en cada puesta de cámara. Usamos recursos en desuso, nos atrevimos a tocar las velocidades de la captura, filmamos planos en cámara lenta y en cámara ultra lenta, pusimos luces de colores, música al palo, delay, jugamos con los ejes, con el horizonte, hicimos planos secuencias coreográficos, improvisamos con lentes antiguos. Cada historia requiere su técnica y esta nos pedía que tensáramos cuerdas. Esta película es menos quieta que la anterior, tiene el impulso de una motocicleta avanzando por la ciudad, por la periferia y por campos de limones en los cerros tucumanos. Ahí radica la mayor diferencia entre ambas películas, en el movimiento interno dentro del plano.
Al igual que en “Los dueños”, se vuelve sobre el tema de la usurpación. ¿Por qué te atrae particularmente este tema?
El sueño de la casa propia. Es un problema que tengo irresuelto en la vida y que creo que tiene irresuelta más de la mitad de la humanidad. Hay un contrato social que ha dividido los territorios y deja partida a la humanidad en dos, los que tienen casa propia y los que no la tienen. La ley en algunas regiones del mundo permite que un propietario tenga muchos inmuebles. No hay casi leyes que se ocupen de los desterrados, de los sin techo y de la gente que ha ido a parar directamente a la calle. La sociedad está enferma y el cáncer es la división espacial o territorial. Las ciudades tienen cada vez más gente durmiendo en las calles, en los cajeros automáticos y en las veredas de los bancos. Los adinerados se van alejando cada vez más de esas ciudades y poblando barrios privados. Desde arriba de autos con vidrios polarizados no necesitan pisar el suelo de la ciudad, todas sus necesidades se cubren en un Shopping, y así se liberan de encontrarse con las familias enteras que esperan la noche para poner sus colchones en las veredas de comercios cerrados y descansar. La división de clases se profundiza cada vez más. Quiero hacer otras películas que sigan rondando estas mismas preguntas.
Tus dos películas han tenido su estreno mundial en Cannes. ¿Qué valor le das a eso?
A mí me ha dado mucho el Festival de Cannes. Es un sello que le da muchas posibilidades a las películas que lo tienen. No siempre funciona, pero te abre muchas puertas. Desde que estrenamos “Los Dueños” en 2013 fui invitado a diferentes festivales de todo el mundo. Conocí muchísimos países en estos últimos cinco años. Antes no conocía más que los países limítrofes de Argentina. Además, me encanta la programación del Festival. Siento que es un orgullo poder estrenar mis películas en ese ámbito. Estoy muy agradecido con los programadores que han defendido mis películas para que se vean en esa pantalla, principalmente Édouard Waintrop y Charles Tesson.