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Emiliano Mazza, director de "Vida a bordo", un documental que navega por las experiencias

Emiliano Mazza De Luca estrenó su tercera película recientemente, la cual inició antes de hacer su ópera prima. Se trata de un filme experiencial, y con este norte transformó su documental “Vida a bordo” en una propuesta performática al exhibirla tanto en una versión theatrical, como en dos cineconciertos. El director promete seguir profundizando esta línea de trabajo en el mar diverso de las artes y asegura que sus planteos van en consonancia con la esencia de la obra cinematográfica. “Vida a bordo” se presenta en su sinopsis oficial como un recorrido por los ríos Paraná y Paraguay en el barco portacontenedores Explorador, donde la nave y su tripulación son una sola entidad en “un gran organismo coral que confronta con nuestra propia vida a bordo, metáfora del recorrido por ‘el río de la vida’. Los tripulantes deben adaptarse a su realidad: trabajo y soledad. Es un viaje hacia el interior, superando el miedo a los peligros que aparecen en el camino, un viaje simbólico hacia el corazón en búsqueda del espíritu, para lograr la libertad”.

Después de “Multitudes” y “Nueva Venecia” el uruguayo Emiliano Mazza estrenó “Vida a bordo” en la Competencia Oficial de Mediometrajes del Festival de Cine Documental de Amsterdam (IDFA) y a su vez fue seleccionado para un nueva sección especial denominada IDFA on Stage para películas exhibidas con propuestas que combinan a los documentales con las artes escénicas. Allí se presentó tanto la versión theatrical como una propuesta performática junto al músico Franco Di Gregorio, quien al actuar se convirtió en un performer de la obra e incorporó el tacto, los aromas, el sabor y lo espiritual.

Previamente el estreno europeo había sido en el Festival de Cine de Thessaloniki y luego la premiere latinoamericana fue en el Festival de Cine en Guadalajara. El 15 de mayo fue el estreno nacional en salas de Montevideo y del interior de Uruguay, con un cineconcierto en el Teatro Solís a cargo de la Banda Sinfónica de la ciudad dirigida por Martín García, que interpretó una composición creada por Cecilia Trájtenberg y orquestada por Franco Polimeni.

En “Vida a bordo” hay una utilización de determinados recursos estéticos poco comunes en el documental actual uruguayo ¿Su uso estaba previsto desde un inicio?

Cuando empecé quería hacer algo más informativo, pero siempre me di cuenta que esta película era otra cosa. Las horas que tenemos de imágenes lindas son muchísimas, porque los lugares y los paisajes lo son. Digamos que quedaron muchas fotografías de postales afuera. Uno de los desafíos era justamente eso: fácilmente podía irse hacia la belleza de las imágenes y alejarnos del contenido. Logré dominar ese extremo gracias a lo que aprendí entremedio con mis dos documentales. Esta película es el fruto de la experiencia adquirida en las otras dos.

¿Cuándo aparece este camino en el montaje?

Yo hice un primer montaje y luego abandoné este trabajo por cuestiones de producción, para dedicarme a las otras dos películas. Luego de estrenar “Nueva Venecia” retomé y empecé de cero el montaje, borré lo que había hecho. Me puse a leer lo que había escrito en su momento y volví a los textos base. Allí empecé a hacer un trabajo de escritura con Mariana Casares, porque sentí que la paternidad era un tema muy fuerte y que por ahí debía retomar mi investigación. Desde ese punto empecé a trabajar cuestiones que me demostraron que tenía que encontrar mecanismos de construcción que fueran cinematográficos. Confiaba en que la fotografía y el sonido son suficientes estructuras de lenguaje para construir una narración. Y que de alguna manera, aunque fuera muy abstracto, había que sostener.

Esta película habla de un viaje, de un recorrido y de la vida a través de ellos. ¿Cómo cambió tu mirada en los ocho años que te llevó hacer la película?

Yo siento que la película la hice en el período más intenso de mi vida: cambié profesional y laboralmente, dejé una pareja de nueve años y conocí a mi actual pareja de vida, perdí a mis dos padres, hice dos películas y cumplí los 40 años. La película de ahora es hija de todos esos procesos y de la crisis que nos da a los hombres cuando llegamos a los 40 años. Te diría que empezó siendo una película de cómo vivían otros arriba de un barco y se transformó en otra que es muy íntima mía. El espectador no tiene por qué saberlo, y no importa, pero es así.

¿Qué te atraía originalmente de la vida de ellos?

La aventura de embarcarme existe desde que soy niño, naturalmente. Es algo que está conmigo desde hace mucho tiempo, lo llevo a cuestas sin darme cuenta, sin saberlo. Pasé mi niñez viviendo frente al río, dibujaba los barcos y hacía historias sobre esos dibujos cuando era niño. Siempre estaba ese deseo de embarcarme. En la construcción cinematográfica encontré esta posibilidad de contar ese cuento.

Si a los espectadores les cuesta ir a ver cine nacional o latinoamericano, o si la distribución no está pensada para un cine que no es de la “industria”, entonces pongamos el cine en otro lado y con formas novedosas.

En este momento la película tiene tres bandas sonoras: una de la versión theatrical, otra compuesta para la Banda Sinfónica de Montevideo y la que hicieron para el IDFA ¿Cómo trabajaron el sonido de la película en esta diversidad?

Con Cecilia Trájtenberg, quien hizo la música de la película y la composición para la Banda Sinfónica, ya tenemos varias películas compartidas y es una persona con la que hemos desarrollado un fuerte lenguaje de comunicación musical propio de nosotros, porque yo no sé nada de música. El método fue encontrar cómo transmitir sensaciones y salir de los lugares cómodos, hablando mucho. Me di cuenta que en una película tan austera y abstracta el sonido de la película -que lo concibo como el diseño sonoro de Daniel Yafalián más la música de Cecilia-, así como las imágenes, iban de un punto de partida a uno final, y que allí había una estructura de viaje interno. Así que la música debía partir de la disonancia, del caos, de las cosas que no están en su lugar, y llegar a una armonía total. A lo largo de la película la música va encontrando la armonía como metáfora de este viaje que empieza de una manera y termina de otra. Pero de todas formas, la metáfora es muy abierta y cada espectador le puede poner el color que quiere. Yo confío en que la vida interna de cada espectador diga por sí misma.

Has definido a la película como una experiencia. ¿Podemos hablar de “experiencias universales”?

La gente me dice que la película le trae recuerdos de cosas que hace mucho no pensaba. A muchos los lleva a la niñez, y a mí me gusta que se abran esas puertas. La película retrata de una forma no literal el mundo masculino, es una sociedad de hombres. Y es un mundo piramidal, donde el que está arriba está solo. Y es una sociedad de trabajo físico. Estos hombres tienen familias lejos. Y en medio de eso, en la película aparece la mirada de un niño hacia su padre que trabaja en el barco, y eso nos une a todos, hayamos tenido o no un padre mejor o peor, presente o ausente. La mirada de un niño hacia su padre es inevitable, todos la hemos vivido. Y es una relación muy diferente que con las madres. En general las relaciones con las madres son mucho más profundas porque la sociedad nos lleva hacia esos terrenos.

¿Qué te lleva a hacer cineconciertos?

Lo central es que esto no es un capricho sino que hay un trabajo entre la forma y el concepto. No se trata de hacer una música y que alguien en vivo la toque encima de la proyección. En IDFA con Franco Di Gregorio diseñamos una ceremonia espiritual donde él además de hacer música y cantar, actuaba. La propuesta con la Banda Sinfónica es muy distinta pero se guía por lo mismo: generarle al espectador una experiencia. Y distinto será lo que estamos empezando a trabajar con un grupo que hace percusión con el cuerpo, además de cantar y de ser bailarines. Es un grupo que armó Alejandro Barbot. Seguramente esta propuesta la hagamos en el segundo semestre de este año. Será una obra de teatro o danza donde la película será el fondo. Será una reinterpretación en danza y en percusión de la obra.

¿Qué significaron los festivales en los que participaste hasta ahora?

Para los que hacemos documental, siempre quisimos estar en IDFA, eso es innegable. Fue el encuentro con colegas que he ido haciendo desde Montevideo. Estar en la sección IDFA on Stage nos permitió que se llenaran las funciones theatrical. Eso generó fans y una afectividad extraña del público con la película. Guadalajara lo siento como un hogar, es el festival que me abrió las puertas con “Multitudes” siendo un director nuevo, que continuó con “Nueva Venecia” y que al volver ahora... sentí que es mi casa. Sumado a que esta vez hubo una delegación grande de Uruguay, lo que hizo que muchos colegas uruguayos nos acompañaran. Fue una experiencia muy linda.

¿Cuáles son las expectativas para el futuro?

La idea es seguir con festivales y poder llevar la versión performática a otros espacios como los museos. Lo interesante acá es sacar la película de los cines. Porque si tenemos una crisis, si a los espectadores les cuesta ir a ver cine nacional o latinoamericano, o si la distribución no está pensada para un cine que no es de la “industria”, entonces pongamos el cine en otro lado y con formas novedosas.