• LatAm premiere: Antonella Sudasassi Furniss, directora de “Memorias de un cuerpo que arde”

    Antonella Sudasassi Furniss.

  • LatAm premiere: Antonella Sudasassi Furniss, directora de “Memorias de un cuerpo que arde”

    Foto ©Substance_Films.

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LatAm premiere: Antonella Sudasassi Furniss, directora de “Memorias de un cuerpo que arde”

La directora costarricense Antonella Sudasassi Furniss estrena en Berlinale “Memorias de un cuerpo que arde”, su segundo largometraje tras “El despertar de las hormigas”, que tuvo un largo recorrido por festivales y fue nominado al Goya. En esta nueva película, la directora sigue profundizando el tema de la sexualidad femenina en las diferentes etapas de la vida. 

Mediante el testimonio de mujeres maduras, “Memorias de un cuerpo que arde” indaga en la vivencia de la sexualidad en el contexto de una sociedad conservadora. Estas voces se fusionan con una puesta en escena con actrices y actores, entre quienes se cuenta a Sol Carballo y Liliana Biamonte, dando como resultado un film en el terreno del híbrido que permite una reflexión sobre la condición de mujer. 

Con estreno mundial en la sección Panorama de Berlín, la película es una coproducción entre la costarricense Substance Films y la española PlayLab Films, mientras que Bendita Film Sales está a cargo de las ventas internacionales. Para su producción obtuvo el fondo nacional El Fauno, Ibermedia y fondos del Instituto Catalán de Empresas Culturales (ICEC). LatAm cinema dialogó con la directora y guionista sobre el proceso de la película, el cine de mujeres y el camino hacia la paridad.

¿Qué te motivó a abordar esta temática?

En términos generales, explorar la sexualidad femenina viene de un lugar de entenderme, de entender el contexto bastante conservador del que vengo, en el que hablar de sexualidad era realmente tabú. Jamás se hablaba del placer femenino, de un orgasmo, de masturbación… Y esos temas siguen siendo tabú. Tanto es así, que en esta película las mujeres prefieren el anonimato antes que hablar de esos temas en cámara. Entonces, definitivamente, siguen siendo temas que no se conversan. Esta película en particular parte de la idea de reflexionar sobre cómo habrá sido para mis abuelas. Yo no pude profundizar con ellas sobre estos temas, pero comencé a hablar con otras mujeres y la película fue surgiendo sola. Es una conversación para entender cómo fue para ellas crecer en un mundo mucho más represivo, donde no se podía jugar, no se podía explorar, pero de repente ellas son la generación que empieza a dar un brinco, de hecho, ellas vivieron el primer divorcio de Costa Rica. Eso es muy interesante porque empieza una emancipación como sociedad.

Dentro de un abanico tan amplio de testimonios y experiencias, ¿cómo elegiste a las mujeres que dan voz al relato?

Busqué ciertos perfiles de mujeres. Quería mujeres de diferentes estratos sociales, con diferentes historias de vida. Fueron tres años de investigación, aproximadamente. Nos agarró la pandemia, que complicó un poco toda la logística de grabaciones, porque eran adultas mayores y estaban muy restringidas a no salir. Naturalmente fueron saliendo temas, otras no querían hablar, otras pedían cambiar el timbre de voz… Así fuimos perfilando la película y a quiénes participarían. Al final, son ocho mujeres, ocho voces, predominantemente tres. La película era una conversación informal, así fueron surgiendo temas que son recurrentes en las diferentes historias, y yo me enfoqué mucho en cómo se sintieron en los diferentes momentos clave de sus vidas, en sus diferentes transformaciones, en sus metamorfosis, como le llamo yo, porque como mujeres hay muchas metamorfosis a lo largo de la vida.

Si bien el tema central es la sexualidad, también está muy presente el tema de la violencia hacia la mujer…

Sí, en las conversaciones fue surgiendo el tema de la violencia y, sinceramente, yo no lo esperaba. Fue bastante brutal. En algún momento se hizo un casting de mujeres para comenzar a hablar y empezar a ver si surgía conversa, y de 20 mujeres que entrevisté en una ocasión, 18 habían vivido violencia de género. En algún momento hasta dudé para dónde iba la peli, porque  la violencia las atravesaba a todas. Así fue como la película fue encontrándose a sí misma. Fueron dos años de escritura de guion en los que escuché todos los testimonios y fui tratando de hilarlos, para que se viera un poco de todo, desde ese gozo que sintieron, esa emoción, esa curiosidad por el mundo, pero también una realidad que tal vez era más cruda de lo que yo me hubiera imaginado.

La película tiene testimonios, pero también hay actrices y actores, ¿cómo decidiste trabajar en este registro híbrido?

Fue como un juego. Me encontré de primera con que había mujeres que no querían salir en cámara, eso ya te pone una limitante directa. Cuando te plantean el anonimato, tienes que empezar a resolver cómo vas a hacer la película. Cuando se escuchan los testimonios sin el soporte visual, a veces no cae tanto el peso. Y yo sentía la necesidad de verlas, de sentirlas, de ver la piel… Creo que era necesario, hablando de un tema tan sensible, tan íntimo, descubrir ese espacio también del cuerpo, de la casa, de lo doméstico, y de ahí fue surgiendo un poco la puesta en escena. 

“Explorar la sexualidad femenina viene de un lugar de entenderme, de entender el contexto bastante conservador del que vengo, en el que hablar de sexualidad era realmente tabú”.

Justamente, la puesta en escena es muy importante, ¿por qué decidiste que la película transcurriera en una única locación que se va transformando en tiempo y espacio?

Todo se hace en una sola locación, la casa, que se convierte un poco en la mente colectiva de estas mujeres, donde todo sucede, donde están los recuerdos y las memorias. Lo que me contaban las mujeres me daba pie para visualizar este universo donde convivían las mujeres con su pasado y sus recuerdos. La casa como limitante pero también como espacio de imaginación.  La investigación la hice durante la pandemia, entonces ellas estaban encerradas en casa. De alguna manera, eso también permeó la puesta en escena. 

¿Cómo se trabajó el montaje para unir estos dos mundos?

Pasé dos años escribiendo el guion, que fue básicamente escuchar los testimonios, ponerlos en papel y visualizar la puesta en escena. Entonces, el guion ya planteaba ambos mundos, el visual y el auditivo. Claro, el guion aguanta todo, pero a la hora de hacer el montaje hubo que limpiar, porque los testimonios estaban todos juntos sin pausa. Visualmente, la película es muy fiel al guion porque rodamos lo justo. Como hay mucho plano secuencia, a la hora de montar hay muy poca posibilidad de cambio. Había una puesta en escena muy estructurada que no se prestaba a modificar la estructura visual porque dejaban de convivir estos universos, estos mundos, estas épocas. Entonces, lo respetamos bastante y sí jugamos con los audios, viendo que audio funcionaba mejor con qué escena, dónde cortábamos, un poco encontrar esa estructura auditiva. Fue un diálogo muy interesante.

Tu primera película tuvo un importante recorrido por festivales y consiguió destacados reconocimientos, ¿crees que eso contribuyó al impulso de esta nueva película en términos de producción? 

Yo pensé que iba a ser un poquito más fácil.  De cara a fondos, sí fue más fácil, por decirlo de alguna forma, porque cuando eres directora debutante, cuando estás haciendo tu ópera prima y no tienes por lo menos un cortometraje que haya pasado por grandes festivales, se te complica muchísimo. “El despertar de las hormigas” fue difícil, teníamos muy poca plata y yo estaba a punto de abandonar el proyecto, entonces tomamos la decisión de filmar y ver qué pasaba, y ya rodada empezó a caminar. En este caso, los fondos salieron más rápido, por lo menos los fondos estatales, Fondo El Fauno, Ibermedia e ICEC. Pero después, en los fondos internacionales, por la mezcla de factores, el fusionar el testimonial con puesta en escena de ficción, generó mucho dudas. Creo que les resultaba complejo visualizar qué iba a verse en pantalla. En esta película yo no pasé por instancias de desarrollo, quería hacerla más rápido y filmar más pronto. Pero la vida es sabia y el proceso se alargó porque no conseguíamos los fondos necesarios. Y al alargarse, maduró también la idea, entonces en ese sentido estuvo bien. Pero más fácil no fue. Creo que se te abren puertas definitivamente si tienes una película y cierta trayectoria, pero tampoco es sencillo.

Desde hace algunos años, tanto los fondos como los festivales están apoyando las directoras y la paridad en el cine. En tu caso, que eres directora y abordas temáticas femeninas, ¿cómo percibes este proceso?

Primero lo veo necesario. Definitivamente es una deuda histórica que las mujeres estén en espacios de liderazgo, que se les apoye económicamente para desarrollar proyectos. Sigue habiendo sesgo, definitivamente, o sea, los proyectos con más presupuesto por lo general son dirigidos por hombres. Entonces sigue habiendo un sesgo, pero hay una gran apertura y una gran diferencia con lo que pasaba hace unos años. En muchos países incluso existen cuotas, que las creo necesarias hasta que dejen de serlo, y eso promueve la participación, la diversidad, porque también hasta ahora hemos visto cierto perfil de mujeres que hacen cine, especialmente en Latinoamérica. Entonces, esto es un proceso de apertura, de posibilidad, de oportunidad para ampliar ese margen de voces que cuentan historias.