LatAm premiere: César Díaz, director de “México 86”
El director de “Nuestras madres”, premiado en 2019 con la Caméra d'Or en el Festival de Cannes, estrena su segundo largometraje en la 77° edición del Festival Internacional de Cine de Locarno.
César Díaz nació en Guatemala en 1978 en el seno de una familia comprometida con la lucha política, un tema recurrente en su filmografía. Luego de trabajar como editor de ficción y documentales, y de dirigir dos cortometrajes, “Semillas de cenizas” y “Territorio liberado”, Díaz debutó en largo con “Nuestras madres”, estrenado en la 58° edición de la Semana de la Crítica del Festival de Cannes en 2019, con el que ganó la Caméra d'Or.
Díaz acaba de estrenar su segundo largometraje, “México 86”, en el Festival de Locarno, una película que, con ciertos elementos autobiográficos, también refleja su propia historia familiar y las heridas que ha dejado la guerra civil guatemalteca en su familia como en tantas otras. Se trata de una coproducción entre Bélgica (Need Productions, de la mano de Géraldine Sprimont y Anne-Laure Guégan) y Francia (Tripode Productions, a cargo de Delphine Schmit), que tiene a México como coproductor minoritario a través de Pimienta Films. También cuenta con el apoyo de Menuetto, France TV, RTBF, VOO & B TV, Proximus y Shelter Prod.
La película sigue a María (Bérénice Bejo), una activista guatemalteca exiliada en México en 1976 que, diez años después, al reencontrarse con su hijo Marco (Matheo Labbé), debe enfrentar el dilema entre su compromiso revolucionario y su rol de madre en una tensión solapada bajo la efusividad y alegría de la Copa del Mundo de México en 1986.
Con una narrativa que combina el drama íntimo y el thriller, Díaz construye una historia tensa que no solo explora las consecuencias personales del activismo político, sino que también retrata una época oscura y muchas veces ignorada de la historia de Guatemala. La película se construye como un thriller de interior, como lo define su director, en el que la tensión no se deriva ni de la acción ni de la violencia explícita o de las balas, sino de los silencios, los espacios cerrados y las emociones contenidas. De esa manera, Díaz logra una compleja y emotiva reflexión sobre el sacrificio personal en la lucha por la justicia social, donde a la vez expone y cuestiona el precio a pagar por esta dedicación. LatAm cinema conversó con César Díaz sobre su nueva película y sobre cómo ésta se entreteje con su propia historia.
El origen de la película está claro, es tu propia historia, pero ¿cómo es que esta idea se convierte en película?
La relación madre-hijo es algo que siempre me ha obsesionado. Este era un guion incluso anterior a “Nuestras madres” y de pronto, por razones de industria, “Nuestras madres” se hizo antes. Para mantener la distancia con mi historia personal, yo había creado un personaje, una guatemalteca en Bruselas en la actualidad, y su historia era que había dejado a su hijo en Guatemala por razones económicas y, diez años después, el niño tiene que venir (a Bruselas) obligado porque su abuela ya no lo puede cuidar. Es decir, la premisa era básicamente como dos personajes, madre e hijo, que no se conocen, tienen que vivir juntos por razones independientes a ellos. Y el problema con este proyecto es que el asunto de la inmigración, de esta mujer migrante, se comía la relación madre e hijo. Se volvía una película sobre la inmigración guatemalteca en Bruselas que parasitaba absolutamente todo. Así que volví para atrás a ver cuál era el origen de esta película. Y claramente era el exilio de mi madre, mi propio exilio y la manera en la cual, diez años después, nos conocimos o nos “re-conocimos” de una manera muy esporádica.
Y a nivel de industria, ¿cómo es qué se gesta el proyecto?
Yo creo que la industria te pone como en cajitas. Con “Nuestras madres”, yo era el director latinoamericano que hace películas en Europa, películas pequeñas, muy ligado al documental, que trabaja con no actores y tiene ganas de probar otras cosas. Tenía como referencias “The French Connection” de William Friedkin, o a James Gray. Tenía ganas de explorar un género que a mí, como espectador y como cinéfilo, me llama mucho la atención y me gusta. Y a su vez, tenía un gran reto: “¿Cómo se hace esto con los medios a los que yo, desde mi cine, puedo acceder?” Y este reto me parecía interesante. El otro reto que me resultaba interesante era un trabajo largo con actores. El trabajo que tú haces con no actores no es el mismo al que haces con alguien como Berenice Bejo, Leo Ortizgris o Julieta Egurrola, que son actores que tienen una carrera gigante. Salir un poco de mi zona de confort fue una experiencia de la cual aprendí un montón.
Que la película sea una producción mayoritaria belga tiene que ver con que vives ahí, ¿cómo fue el proceso de coproducción con Francia y México?
Sí, yo vivo en Bruselas desde la década del 90. Hay una cosa Francia-Bélgica que es muy natural porque es el lugar donde he trabajado la mayor cantidad de tiempo. Creo que también tiene que ver con que Guatemala no tiene ni fondo ni ley de cine. Si quieres filmar en Guatemala, es bien complicado si quieres hacer una película puramente guatemalteca. Al menos esta película no hubiera podido ser filmada de esa manera. Y, por otro lado, en México, cuando no eres mexicano, es bien complicado obtener fondos mexicanos. Entonces, si quiero seguir filmando, tengo que hacer películas mayoritarias belgas, no tengo otra opción. Y en el fondo vivo en Bruselas desde hace muchos años, y me gusta. De hecho, creo que mi próximo proyecto tendrá que ver un poco con eso, con esta identidad múltiple. Con lo que pasa cuando migramos y pasamos tanto tiempo en otro sitio. Con quienes terminamos siendo.
“El origen de esta película claramente es el exilio de mi madre, mi propio exilio y la manera en la cual, diez años después, nos conocimos o nos “re-conocimos” de una manera muy esporádica”.
¿Cómo es hacer una película tan latinoamericana pero de producción europea?
Tiene mucho que ver con mi personalidad y con las personas que tengo a mi alrededor. La producción ha respetado mucho esta cosa latinoamericana mía. El fondo belga ha tenido confianza en mis proyectos. Y también tiene que ver con contar con personas como Virginie Surdej, la fotógrafa, que filma poco en Bélgica; con Pilar Predo, mi directora de arte, que es una directora argentino–francesa. Y creo que eso me permite tener esta cosa bien latinoamericana y tener también este espacio en el cine belga y reivindicar este espacio. El cine es este lenguaje universal que permite que la película pueda ser muy belga por la manufactura, pero también muy latinoamericana por los temas que trata, y que cuenta con el apoyo del fondo francés. Es como la corona de la globalización. Y, en el caso de Bélgica, un país que está dando un vuelco hacia la extrema derecha, es una forma de reivindicar esta multiculturalidad en la que vivimos.
¿Cómo fue el recorrido de la película por los espacios de industria?
Fuimos a un mercado de coproducción franco-canadiense, un festival en Montreal, donde obtuvimos una mención. Yo creo mucho en el guion, lo que no se escribe, no se filma y lo que no se filma no es una película. En varias versiones del guion trabajé con Jacques Akchoti, que es un gran script doctor que golpea muy duro. Y con Valentina Viso, que es una guionista peruana afincada en Barcelona, cuyo punto de vista como mujer y como madre fue muy importante. No tuve un recorrido como con “Nuestras madres”, este fue un trabajo muy sobre el guion, muy en casa.
Resulta curioso que centres la historia en el punto de vista de la madre, ¿cómo fue esa decisión?
Creo que lo que me hizo nunca cambiar el punto de vista es que, si ves la película desde el punto de vista del niño, juzgas a esa madre y ya no hay manera de tener empatía, de poder entenderla, entender la densidad y la dificultad de su dilema. Si la ves desde el punto de vista del chico, lo único que le dices es “Ocúpate de ese niño y para todo por favor”. Pero mi intención era entender a esta mujer que tiene claro que hay algo que es más grande que ella y su propia familia y su propia historia personal. Si ella da su vida por esto, hay una verdadera transformación social. Para mí era importante eso, que no se le juzgara. Si el sufrimiento de este niño estaba en primer plano, eso se rompe.
En la película remarcas todo lo que rodea esta historia: el mundial de México en 1986, el cine, Star Wars. ¿Querías resaltar un poco la idea de pan y circo?
Hay un poco de eso y hay un poco de lo que son mis recuerdos de ese momento, de lo que era ese mundial, o de lo que era “Star Wars”, de lo que era estar en México en este contexto. Para mí, lo importante era contar un poco lo que era México en ese momento. Guatemaltecos había un montón. Pero también había muchos salvadoreños, chilenos, argentinos, uruguayos, españoles. México era un sitio que le dio cobijo a mucha gente y que era una cosa muy permeable. Porque en el caso de Guatemala, podía haber personas del servicio secreto guatemalteco trabajando dentro, pero al mismo tiempo había personas del servicio secreto mexicano que sabía absolutamente todo lo que hacía todo el mundo y dejaba que lo hicieran. Y eso me parece interesante recordárselo hoy a los mexicanos, porque ese país ya no existe. Y creo además que el mundo ha tenido una relación bien compleja con Guatemala. Siempre se la ha dejado de lado. En Guatemala ocurrieron cosas atroces, hay un genocidio que ha dejado más de 200.000 muertos, hay 45.000 desaparecidos. Y en el imaginario colectivo, incluso latinoamericano, las dictaduras argentinas o chilenas tienen un espacio mucho más grande. Es difícil reivindicar esto, pero es importante. Tomar conciencia de cómo, en México, estaba pasando algo gigante como el mundial y todo lo demás no importaba. Entonces me pareció interesante ponerlo sobre la mesa y recordarles a los mexicanos como era este país. Como este país pudo ser el lugar que nos salvó la vida a muchos y que había un sentido de solidaridad y de lugar seguro que no existe más.
¿Sientes que la película también es una forma de reivindicar la figura de tu madre?
Sí, creo que para hacer una verdadera transformación social, se necesitan personas como mi madre, como María, como esos compañeros que entendían que había algo mucho más grande que su propia individualidad. Hoy vivimos en un mundo absolutamente apático y creemos que dándole like a una publicación de Facebook o reposteando un tweet estamos transformando, pero no estamos transformando absolutamente nada. Porque tampoco existe un movimiento grande que te dé una posibilidad y te diga “si tú te embarcas aquí, vamos a poder transformar este mundo”. Entonces, para mí, es importante recordar que esas personas se la estaban jugando, estaban buscando una transformación social profunda, entonces, pensemos en ellas y veamos cuán necesario es tener a este tipo de seres humanos peleando.