Paz Encina, directora de "Eami", ganadora del Tiger Award de Rotterdam
Tras ganar el Tiger Award en Rotterdam con "Eami" a principios de febrero, la paraguaya Paz Encina se consagró internacionalmente como una de las miradas cinematográficas con mayor personalidad de América Latina. El jurado dijo de la tercera película de Encina que "nos ofrecía la posibilidad de soñar y, al mismo tiempo, la oportunidad de despertar".
Siempre recorriendo los territorios de la pérdida y la memoria (como ya hiciera en sus dos anteriores películas: "Hamaca paraguaya" y "Ejercicios de memoria"), la directora entona un sentido y muy sensorial himno a la identidad del pueblo ayoreo-totobiegosode, que resulta desafiada por un exilio forzado tras la destrucción de su poblado. Lo hace de una forma inmersiva e íntima, introduciendo plenamente al espectador en el bosque, los sueños y el dolor de esta comunidad indígena.
La producción de la película fue compleja en términos logísticos y también financieros. Liderada por las paraguayas Silencio Cine y Sabaté films, reunió empresas de Argentina, Estados Unidos, México, Alemania, Francia y Holanda, mientras que la francesa MPM Premium administra las ventas internacionales.
"Eami" es un cántico y un retrato de una comunidad en diáspora, los Ayoreo Totobiegosode. ¿Hasta dónde llega el arte y el cine en esta intención, y hasta dónde la antropología u otras aproximaciones?
Más que hacer una película sobre una comunidad concreta, con "Eami" me centré en algo que forma parte de la historia de la humanidad: opresores y oprimidos, el exilio, la diáspora, la pérdida... Son temas que vengo abordando desde hace tiempo, posiblemente en todos mis trabajos. No me interesa la comunidad a nivel antropológico, lo que me interesa es la condición humana, saber qué es lo que le pasa a la gente. Ellos viven algo que, de alguna manera, es lo que vivimos muchos seres humanos, quizá todos. Uno de los momentos del guion que me emociona mucho es cuando dice "todos somos para alguien el Monte y el Mundo". Pienso que en muchos momentos de la película, todos somos Eami.
Es una película llena de amor y tristeza. ¿Qué espacio queda para la esperanza real en relación a la preservación de estas comunidades?
La esperanza, real y concretamente, para mí está en los niños. Hay dos niñas y cuatro niños que actúan en la película. Pienso que el futuro de la comunidad va a estar en sus manos y tengo mucha fe en lo que pueda ocurrir. Las niñas son parte de un mestizaje, son hijas de un líder joven y una mujer paraguaya. La madre de esas niñas honra la cultura ayoreo como pocas personas lo hacen y educa a sus hijas para que lo hagan también. Las niñas van a una escuela paraguaya y son educadas en ese marco, los niños no, ellos están en la comunidad y son educados en el marco de la cultura ayoreo. Sin embargo, son primos de las nenas y en el momento de jugar no existe ninguna barrera entre ellos, ni siquiera la lengua, y pienso que eso se va a trasladar a una nueva forma de liderazgo y que la manera de proteger el territorio va a tener acciones efectivas dentro de lo que implica la idea de "progreso" y "avance". Esos niños van a estar listos para afrontar lo que haya que afrontar.
Existe un gran número de producciones que se sitúan en esa zona fronteriza entre la ficción y el documental, que cada vez se distinguen menos, de hecho. ¿Qué atractivo tienen para ti los aspectos documentales y cuáles los propiamente de ficción?
No pienso en términos de qué atractivo tienen o no; pienso en qué forma de narración necesita la película para poder fluir y desde allí recurro a una u otra narrativa. Es complejo para mí porque no pienso en si estoy haciendo un documental o una ficción; simplemente pienso en que estoy haciendo una película, aunque en el momento de llenar casilleros para los festivales y tener que marcar si es ficción o documental siempre me veo en un problema. Sencillamente pienso en cuál es la mejor manera de contar lo que quiero contar. No sé bien dónde ubicarme, quizá en un margen entre una cosa y otra.
El pueblo ayoreo es un pueblo guerrero. Ellos sabían que hacer esta película era parte de su propia lucha.
¿Qué dificultades concretas ha planteado el rodaje de "Eami"?
Fue un rodaje muy calculado porque filmar en ese territorio es muy difícil. El Chaco, además de ser un territorio lejano a Asunción, tiene condiciones climáticas complejas, el viento cambia cada cinco días, hace mucho calor, todo es muy seco y es fácil deshidratarse, los días de viento norte son sofocantes y conseguir cualquier cosa insume algo así como media hora de ida y otra media de vuelta. Si llueve, toda la tierra se vuelve muy jabonosa... Sabiendo todo esto intentamos organizarnos lo mejor posible a nivel de logística. En términos artísticos trabajamos mucho en locaciones naturales, usando lo que nos daba el lugar, interviniendo lo mínimo y usando cosas que las mismas personas de la comunidad elaboraron para la película, sobre todo a nivel de vestuario.
Es una película profundamente sensorial e inmersiva; el trabajo con el sonido parece clave.
Creo que lo sensorial viene de un trabajo de buscar dentro de la abstracción que se da a partir de la duración de los planos y el espacio que tiene el sonido dentro de ellos. Trabajé en sonido con dos personas que me dieron mucho: Javier Umpiérrez y Carlos Cortés Navarrete, uno de los ganadores del Oscar en 2021 ["El sonido del metal", de Darius Marder]. Trabajamos el sonido en el espacio y el tiempo, e intentamos que las palabras tuvieran todo el tiempo que necesitaban, no solamente para ser escuchadas, sino para ser sentidas por el espectador. Fue un trabajo minucioso y delicado y estoy muy agradecida por eso. Buscamos los sonidos de los animales del Chaco e intentamos darle un espacio a cada uno de ellos, un espacio o quizá un territorio.
¿Cómo se prestaron los actores de la película al "juego" de hacer cine/ser representados? ¿Qué has aprendido de ellos?
El pueblo ayoreo es un pueblo guerrero. Ellos mismos se consideran así y sabían que hacer esta película era parte de su propia lucha. Fue algo fluído para ellos y para nosotros, hasta el punto que, en algunas ocasiones, ellos me pedían no ensayar algunas escenas porque consideraban que no era necesario. Ellos sabían dónde tenían que estar; simplemente teníamos que hacer la película. Ahora, si te tuviera que contar algo que me caló profundo, fue ver cómo los niños al principio tenían vergüenza de estar desnudos y luego la perdieron, para ellos era natural vivir esa desnudez. Para mí fue muy revelador e impactante comprender que esa vergüenza se la habíamos introducido nosotros, los "coñone" (palabra que en ayoreo significa insensibles).
¿Podrías, brevemente, hablarnos de las dificultades y los motivos para crear una estructura de producción tan compleja?
No hubiéramos podido hacer la película sin la unión de tantas voluntades. La suma de productores se dio a partir de que buscamos estrategias para poder terminarla. La película está atravesada por una pandemia y eso no es poca cosa. Cada una de las personas que participó fue sumando algo que en determinado momento fue fundamental y así fuimos concretando todo. Estoy muy agradecida con cada uno de ellos.
El cine paraguayo está destacando en convocatorias; recientemente se puso en marcha el instituto de audiovisual, de hecho fue uno de los últimos países de la región en hacerlo. ¿Cuáles serían los próximos para seguir creciendo, artística e industrialmente?
Es un camino que estamos trazando al mismo tiempo que lo transitamos. El gran desafío es instalar políticas públicas que hagan comprender la importancia del cine a nivel país; lograr que el Estado comprenda que con el cine se construye economía, relaciones internacionales, imagen país y, sobre todo, cultura. Además, pienso que el cine Memoria es la huella de la Historia.