El despertar del cine centroamericano

Circulan nuevos aires en el cine centroamericano: de una única película en toda la década de los 90 – la guatemalteca “El silencio de Neto”, de Luis Argueta-, la región pasó a tener casi 80 largometrajes en los últimos 12 años realizados por cineastas de diferentes estilos, edades, y con varias historias que contar.

Sin duda, las condiciones políticas, económicas y sociales de Centroamérica, muchas veces críticas, la vuelven un espacio todavía más árido para la producción y circulación de películas que el resto de Latinoamérica. Pero entonces, ¿a qué se debe el actual boom del cine centroamericano?

Uno de los protagonistas detrás del aumento en las producciones locales es María Lourdes Cortés, directora de Cinergia, fondo destinado a fomentar la industria cinematográfica de América Central y el Caribe que en 2013 cumple diez años patrocinando largos, medios y cortometrajes regionales con apoyo de la comunidad internacional.

Historiadora de cine y catedrática de la Universidad de Costa Rica, Cortés cree que, por un lado, los gobiernos están retomando, tímidamente, su interés en el audiovisual y, por el otro, las nuevas generaciones han buscado sus propios caminos para hacer películas, amparados en tecnologías más baratas y una profusión de escuelas, festivales y grupos relacionados al cine, dentro y fuera de sus países. Otro factor a tener en cuenta son los conflictos bélicos que asolaron la región: “En los años 70 y 80, tiempos de guerra en la región, se hacía cine porque había dinero para eso. Después vino la paz y la producción se acabó. Los estados dejaron de apoyarla”, explica.

En el nuevo panorama, es posible señalar dos ejes en la recuperación del cine regional: en salas comerciales, aunque discretamente, se ven películas de género, mientras que por los festivales circulan las historias de autor, estéticamente más novedosas. “Vemos muchas películas de horror, extraterrestres y sobre el fin del mundo, además de comedias, historias de denuncia de la corrupción, drogas... Y también están las obras más intimistas”, resume Cortés.

En términos de financiación, a ambos lados de esa bifurcación, los realizadores independientes de Centroamérica cuentan con Ibermedia y Cinergia para filmar sus historias, pero también tienen la chance de establecer convenios con países europeos a través de festivales y coproducciones.

Costa Rica y Panamá son los únicos países centroamericanos que participan en Ibermedia, mientras que en Cinergia están todos los países del istmo, además de Cuba, aunque se trate de un caso especial. “Incluimos a Cuba porque ha aportado mucho a la producción regional y además es un país con tradición y grandes maestros. Pero vimos que la nueva generación de cineastas cubanos no tenían ninguna opción, entonces los incluimos pero con la condición de que no podía competir nadie con más de dos largometrajes”, explica la directora del fondo.

Autores y éxitos regionales

Ambos esfuerzos de patrocinio han dado frutos importantes, al darle voz a talentos como el guatemalteco Julio Hernández Cordón, principal representante del boom del cine centroamericano en los últimos años. Con historias accesibles, aunque con evidentes características de cine de autor, Hernández Cordón ha producido cuatro largometrajes en seis años y ha conquistado un total de 44 premios internacionales, la mayoría de ellos por “Las marimbas del infierno” (2010) y “Polvo” (2012).

Pero también se han visto propuestas más comerciales como “La Yuma” (2009), de la nicaragüense Florence Jaugey. El film ganó cerca de 15 reconocimientos en todo el mundo, pero su gran premio fue haber sido la primera película producida en 21 años en Nicaragua, donde además fue un éxito de taquilla.

Otros títulos destacados son “El camino” (2008) de Ishtar Yasin, la película nacional más premiada en la historia de Costa Rica (16 premios internacionales), y la también costarricense “Agua fría de mar” (2010), de Paz Fábrega, que ganó el Tigre de oro de Rotterdam. Ya más cerca del público, y con mejor rendimiento comercial, están la panameña “Chance” (2009), de Abner Benaim, y la costarricense “El regreso” (2011), de Hernán Jiménez.

En países donde el solo hecho de ir al cine remite al público a los moldes de Hollywood, muchos consideran que conquistar audiencias es esencial. “El público ya empieza a perderle el miedo al cine nacional. Eso es fundamental, porque en Centroamérica no circula el cine independiente; ni siquiera vemos películas francesas o alemanas”, afirma Cortés.

El ejemplo panameño

En este sentido, hay muchas expectativas en torno al audiovisual de Panamá, que en abril de este año entregó los primeros estímulos de su flamante ley de cine: 3 millones de dólares destinados a 12 proyectos nacionales. Tras dos ediciones del Festival Internacional de Cine de Panamá (IFF Panamá), dirigido por la cineasta panameña Pituka Ortega de Heilbron y con programación de Diana Sánchez, el “otro cine” empieza a abrirse camino entre el público panameño. En 2013, el evento tuvo una asistencia récord de más de 22 mil personas en una semana de proyecciones.

Con especial atención a la producción iberoamericana y una sección dedicada exclusivamente a películas centroamericanas, el IFF Panamá se realiza con apoyo del gobierno panameño a través del Ministerio de Comercio e Industria, la Comisión de Cine de Panamá y el Instituto Nacional de Cultura, además de contar con el patrocinio de empresas privadas.

Según anuncian sus organizadores, la próxima edición contará también con un mercado de películas en desarrollo, junto a una serie de encuentros enfocados en la industria. El objetivo, explican, es que Panamá no sólo desarrolle su propio cine, sino que se vuelva una referencia en Centroamérica para profesionales del audiovisual de todo el mundo.

La visión de los realizadores

Para la realizadora panameña Ana Endara Mislov, autora de los documentales “Curundu” (2007) y “Reinas” (2013), el punto débil del panorama centroamericano es la distribución. Sus dos películas fueron exhibidas en el Festival de Panamá. “Los problemas comienzan una vez finalizada la producción. En mi caso, he tenido mucha suerte de poder llegar al público de mi país a través del IFF Panamá”, comenta.

El cubano Carlos Lechuga, director de “Melaza” (2012), también exhibida en Panamá, opina que Panamá y otros países de la región están delante de Cuba en las iniciativas de apoyo al cine. “Hay muchos países de América Central que están intentando armar su industria. Panamá ahora tiene una ley de cine, una convocatoria de proyectos que aportará mucho dinero, y eso fomenta el cine. En Cuba, no tenemos eso. Hace 60 años se firmó una ley, pero eso no ha cambiado nada”.

Para la realización de “Melaza”, una producción filmada enteramente en Cuba con un presupuesto de 400 mil dólares, Lechuga contó sobre todo con el apoyo de Ibermedia y Cinergia.

Expectativas

Para su décimo aniversario, Cinergia planea recaudar fondos económicos en la región para lanzar nuevas líneas de estímulos y llevar representantes de los festivales más destacados a Centroamérica “para tratar de poner bien en alto el cine que hacemos”, anuncia María Lourdes Cortés. “Es importante que ya no nos vean como una región de guerra e instabilidad, y que se den cuenta de que hay muchas historias que queremos contar”.

Es por tener tantas historias que, finalmente, el cine centroamericano crece con la energía de las nuevas generaciones, y también con talentos locales que habían dejado sus países y hoy regresan para hacer cine. La buena noticia y el desafío a la vez, es que todavía queda mucho campo por abrir. Por lo menos, vivimos tiempos más pacíficos que en el pasado, cuando la guerra pagaba la cuenta, pero, como siempre, ahuyentaba las ideas.

Con señas de identidad propias, el cine centroamericano ha comenzado a ganarse un espacio en Latinoamérica. Por Camila Moraes.