Bruno Bettati, director del Festival Internacional de Cine de Valdivia
Dos años atrás, Bruno Bettati asumió la dirección del Festival Internacional de Cine de Valdivia (FICValdivia), tras desempeñarse en la producción desde 2007. En un lustro, se ha formado un equipo de trabajo con el objetivo de afianzar el certamen austral, ya convertido en plataforma de lanzamiento del cine chileno y en espacio de encuentro para los profesionales de la industria internacional, en un contexto cálido, cercano y –como dice Bettati- “a escala humana”. Sobre la actualidad del certamen, los cambios tecnológicos y la realidad del cine nacional habla Bettati, también responsable de una de las mayores productoras de Chile, Jirafa, y presidente de la Asociación de Productores de Cine y TV (APCT).
Una de las características que distingue a Valdivia es su cuidada programación, ¿cómo manejan el criterio para seleccionar las películas que son adecuadas para el festival?
La elección es subjetiva y privilegiamos que así lo sea. Y en ese sentido más que criterio, lo que hay son personas, en particular Raúl Camargo como delegado artístico y jefe de programación, quien no solamente tiene la decisión final sino que es él quien escoge a un grupo de programadores, incluyéndome. Se le ha encargado que programe el festival desde 2007 y creo que ha logrado su objetivo. Términos como personal o independiente son palabras que pueden aproximarse a describir la programación. Creo que la programación tiene una personalidad propia y en definitiva esa personalidad es el principal insumo que le da prestigio al festival. Es por la programación que este festival es conocido.
Este es tu segundo año como director y es justamente por ese período de tiempo que inicialmente asumiste el cargo, luego de haber sido productor desde 2007. ¿Piensas en la continuidad?
Eso no lo decido yo. Pero sí creo que un sexto año es necesario para consolidar definitivamente lo que hemos hecho. Y no me refiero sólo a la programación y la identidad del festival, sino para consolidar financieramente la plataforma del festival. Ya este año se nota que el festival está firme. Cada vez tenemos menos contratiempos. Y tenemos harto público, lo que es una novedad porque en años anteriores las funciones de la mañana costaban llenar. Las muestras de país y los focos de autor también tienen un montón de público; se incorporó definitivamente los Q&A porque la gente se queda y participa. Por ende, creo lo que hace falta es la consolidación de su plataforma financiera y económica, de modo que sobreviva, continúe, aún si yo y mi equipo cambia. Si bien nosotros tomamos el festival en 2007, el peso del festival son sus 18 años y queremos que llegue a su edición 30 o 40.
Comentas que este año hay un notorio aumento de público. ¿A qué atribuyes eso?
Valdivia es una ciudad que está a trasmano, en un país -que es Chile- que está a trasmano. Lograr que la gente llegue hasta acá es difícil, y el que llega se tiene que volver por dónde vino porque estamos al final del pasillo. Entonces es un festival muy particular en ese sentido. Antes venían al festival sólo aquellos que el festival invitaba. En cambio este año vino mucha gente que no fue invitada por el festival, que gestionó su alojamiento, su pasaje, su acreditación. Eso es un cambio importante porque el festival ya está logrando traer público que el mismo festival no ha llamado. Es como dice la campaña de este año: “¡Yo voy a Valdivia! ¡Yo también! ¡Yo también!”. Y al final lo que hicimos fue una campaña que no sólo vende el festival y el cine, sino que vende la ciudad como destino turístico, de descanso, de alimentación, de paseo, de cultura…Eso es súper importante porque estamos empezando a encontrar la combinación de espectadores. Por ejemplo, este año vinieron estudiantes a concursar, y vinieron la madre y el padre, y los ves con sus credenciales viendo películas. Es a lo máximo que podemos aspirar porque amplia el espectro y porque formamos público.
¿Cómo es producir desde el final del pasillo?
La periferia tiene algunas características que el festival explota: es endémica, bella, verde, tiene paisaje, es limpia, es misteriosa. Si te quedas el tiempo suficiente descubrirás el encanto de Valdivia. Querrás volver y hacer tus propias actividades dentro del marco del festival. Este es un festival muy abierto, que tiene espacio para crecer. Y la mejor actitud que han tenido las personas que vinieron al festival es querer hacer algo en el festival. Y el festival inmediatamente ofrece redes, ofrece espacios, porque tiene mucho deseo de crecer, de constituirse en algo sólido. Y eso es algo que se respira en el ambiente. Se genera creatividad, cruce social, progreso, y eso es en definitiva lo que el festival ofrece desde la periferia. Lo que lo vuelve gentil, amistoso, afectuoso. Ahora tiene sus cosas negativas. No hay duda que los problemas logísticos que enfrentamos no son menores, los gastos de traslado son grandes, los problemas aduaneros y de traslado de copias de Santiago a Valdivia también. Y finalmente, algo que no sé si es bueno o malo: la lluvia. Valdivia es la ciudad de Chile donde más llueve, unos 180 o 190 días al año. Y no sé si esto es una desventaja o una oportunidad porque cuando llueve la gente se junta más buscando calor humano y se mete más a las salas.
Mencionaste la dificultad del traslado de copias. Este año están implementando el sistema DCP, ¿cómo está siendo la experiencia?
Para los festivales el traspaso del 35 mm al digital originalmente era algo a lo que el grupo de románticos ofrecía resistencia. Quería el 35 por el motor, la pelusa, la raya, la cosa fetiche del material de cine. Eso lentamente fue abandonándose por los problemas logísticos o –como decimos irónicamente- los 26 kilos de cultura que son difíciles de traer. Son carísimos, tenemos problemas aduaneros y también tenemos el flete interno porque estamos a 900 kilómetros de la capital, lo que significa también 24 horas más de traslado. Frente a ese panorama ansiamos el día en que abandonásemos el 35 y pasáramos a un soporte digital de alta calidad. Este año, de los 90 largometrajes, hay 30 o 40 que están en DCP. Con apoyo público tuvimos la oportunidad de comprar nuestra propia tecnología de exhibición 2K y de reproducción DCP, debimos capacitarnos en esto y nos topamos con que el DCP es todavía una pesadilla. No hay una norma clara, no todas las películas son compatibles con otras, no todos los soportes son compatibles, sigue habiendo líos con el subtitulaje que viene incorporado pero que no siempre funciona bien. Los propios laboratorios aún están experimentando con el DCP. Y a diferencia del 35, es algo que no puedes tocar: o viene bien hecho o mal hecho. La única forma de resolver esto es que nos sigamos juntando los profesionales y nos vayamos poniendo de acuerdo. Todos queremos que el digital funcione pero nos tenemos que poner de acuerdo, y cuando digo eso me refiero a las industrias técnicas que son quienes fabrican el material.
Teniendo en cuenta que el avance tecnológico modificó también la forma en que el público se acerca al cine, ¿cómo repercute eso en un festival?
Con el paso al digital empieza la discusión de si cada vez más la gente está viendo el contenido en digital, ¿para qué diablos seguir intentando hacer películas que se van a distribuir en salas, si en definitiva lo que quiere la gente es ver películas en el plasma de su casa, en el iPad o incluso en la pantalla de su celular? ¿Por qué no mejor hacer contenido directamente para esa pantalla, dado que estamos en el proceso de reducir costos y queremos llegar rápido al espectador? Ahí tenemos un tema del punto de vista artístico. No estamos hablando de audiovisual en general, estamos hablando de cine en particular, y el cine –sea digital o en 35- es para la pantalla grande. Por lo tanto lo que un festival quiere es contenido para la pantalla grande, lo cual es mucho más exigente para el productor, que tiene que supervisar una serie de elementos en arte, sonido, vestuario, iluminación, etc, y sumamente exigente para el espectador, que se tiene que sentar 90 minutos, concentrar toda su atención en una pantalla porque está en una sala oscura, cómoda y silenciosa. Entonces, independientemente que nos vayamos al mundo del digital, nosotros privilegiamos el contenido para la pantalla grande y queremos generar buenas experiencias en la pantalla grande. Al principio de la cadena tiene que estar la pantalla grande siempre, si después de eso, en las cadenas secundarias de explotación, pasa a pantallas pequeñas, muy bien, vamos ganando espectadores en todos los ámbitos.
Valdivia es una buena pantalla para el cine chileno, muchas producciones usan este espacio como plataforma de estreno. ¿En qué momento se encuentra la exhibición para el cine nacional?
Hemos tenido que ser muy creativos en ese aspecto. Chile es un país profundamente neoliberal y eso implica para efectos de política pública cinematográficas que nosotros, a diferencia de otros países, no podemos normar las pantallas, no podemos exigir cuánto tiene que ser chileno y cuánto no. Existen algunas disposiciones sumamente ambiguas en nuestra legislación, en particular la Ley del Consejo Nacional de Televisión que exige un 40% de contenido chileno para la televisión, pero no tenemos ningún instrumento semejante para cine. Además ese instrumento no está siendo aprovechado a favor de la cinematografía. Entonces, siendo el país más neoliberal de la región tenemos que ser triplemente creativos para lograr que el contenido chileno se haga de alta calidad, se proyecte debidamente en pantalla grande y eventualmente salga del circuito de festivales e ingrese al comercial. Nosotros lo que hemos hecho es estimular por el lado de los premios y las invitaciones. Por ejemplo, el premio de MovieCity, que todos los años viene y compra una película chilena y la da en toda Latinoamérica a muy buen precio; o VTR, que es un proveedor nacional de contenidos en demanda, compra contenidos todos los años, y compra la película que elige el público, eso desde el punto de vista neoliberal es perfecto porque el rating escoge la que va a pantalla, pero en este caso el rating son los que llegan a Valdivia para votar con un papelito. Vota después de ver la película en pantalla grande. También invitamos a broadcasters chilenos pese a que dicen que no compran cine regional. Muchos gobiernos financian la producción pero no tienen políticas claras sobre la distribución y se niegan a asumir cuotas. Entonces no queda más que asumir esa responsabilidad e intentar hacer nuestro mejor esfuerzo. Lo que no nos parece correcto es que la política pública culpe a los productores, directores o festivales de no lograr ese objetivo, porque ese objetivo se logra entre todos. La formación de público es en definitiva un objetivo de la nación, no de un gestor cultural.
¿Es posible que de algún modo el cine chileno pueda conseguir cuota de pantalla?
No desde el punto legal, constitucional, por la firma del TLC con Estados Unidos. Sin embargo, como estamos viendo en el último tiempo, si la sociedad civil se mueve lo suficiente se logran cambios importantes. Por lo tanto, no hay que negarse a nada. Lo que importa es ver si hay suficiente energía para promulgar cambios tan fuertes. En definitiva lo que importa es que si el producto cinematográfico está reconocido como chileno, como de alta calidad a nivel internacional, no hay razón de privar a la audiencia chilena de verlo lo más que pueda y de formar audiencia chilena en el gusto de su cine.