• David Baute, director artístico del Festival de Cine Medioambiental de Canarias

    David Baute.

  • David Baute, director artístico del Festival de Cine Medioambiental de Canarias

David Baute, director artístico del Festival de Cine Medioambiental de Canarias

El Festival de Cine Medioambiental de Canarias (FICMEC) celebró este año su vigésimo quinta edición. Considerada como una de las grandes apuestas culturales anuales de Turismo de Canarias, el certamen ha inspirado la creación de otros festivales y ha contribuido a la formación de jóvenes profesionales, además de sensibilizar al público sobre temas relacionados con el cuidado y la protección de la naturaleza, y de llevar el cine a localidades alejadas de los circuitos culturales.

 

El primer antecedente de este Festival se remonta a 1982, cuando un grupo de canarios inquietos por proteger su territorio y dotarlo de más conexiones con el mundo se movilizó para organizar el que fue el primer FICMEC en Tenerife. El pintor, escultor y activista Cesar Manrique, figura clave en la internacionalización de las Islas Canarias, fue uno de sus grandes promotores. Desde aquel punto de partida, con una larga pausa entre medio debido, sobre todo, a cambios de gobierno en las administraciones públicas, el festival hizo escuela. El nuevo periodo coincidió con la incorporación de David Baute, que continuó con el legado de sus antecesores: desarrollar un evento que apuesta por lo local, por el cuidado de los recursos naturales y por abrir las islas al mundo a través de la cinematografía medioambiental y de autor. 

Este 2023, el festival comenzó en Tenerife, entre el 25 de mayo y el 4 de junio, y luego inició la etapa itinerante que ocupa el resto del año: FICMEC Tour y Cinemóbil. El primero recorre todo el archipiélago canario replicando el programa del festival, y el segundo lleva cine a los poblados rurales más remotos de las islas en un vehículo acondicionado para moverse con energías renovables. LatAm cinema conversó con David Baute, director artístico de FICMEC, sobre el camino recorrido hasta ahora y el que todavía tienen por delante.

¿Qué otras actividades acompañaron el crecimiento de FICMEC en estos 25 años?

El festival creció en muchos niveles, no solo con su Sección Oficial de películas, sino también en una serie de muestras paralelas y actividades que son muy importantes como Vulcanalia, un acercamiento al mundo de los volcanes desde la cinematografía y desde islas volcánicas. Por otro lado, tenemos un evento que se llama Jugando en verde en el que planteamos que los videojuegos pueden ser responsables y generamos discusiones sobre este tema. Además, está todo lo vinculado a la agricultura sostenible. Así, las jornadas sobre cine se amplían a talleres, debates, charlas y otras actividades vinculadas con el suelo y su importancia para el medio ambiente. Además, está todo lo relacionado con la participación: para nosotros es importante que el evento sea participativo desde lo local. Eso significó un esfuerzo mayúsculo porque hubo que hacer que jóvenes con muchas ganas, pero sin relación con el cine, fueran relaciones públicas, llevaran la tesorería, se responsabilizaran del tráfico de las películas. Formamos a jóvenes de la comarca y muchos de ellos se han incorporado a equipos de otros festivales.

¿Fue una apuesta por lo local y por generar recursos humanos que se quedaran en la isla?

Se podría haber creado un festival con profesionales de otro lugar, pero no. La opción fue crear un staff desde cero y eso ha sido importante para nosotros. Así entendimos que era más nuestro y que, sean cuáles sean los cambios políticos, el evento está enraizado con la gente del lugar y con sus organizaciones y asociaciones. Esto genera, además, un diálogo intergeneracional junto al evento Memoria Mágica, que se realiza todo el año. En él los jóvenes buscan un tema, por ejemplo, qué hacían antes con los desechos de comida, y trabajan en una pieza documental. Se genera mucha cohesión social y un entendimiento valioso entre jóvenes y mayores.

“Actualmente existe un vínculo muy importante entre FICMEC y Latinoamérica. Canarias ya de por sí es un lugar donde hay una vinculación total con Latinoamérica: desde aquí emigró mucha gente durante décadas y en el viaje de vuelta se trajo mucha cultura y costumbres”.

¿Qué otro desafío conlleva hacer un festival para islas y desde islas?

Los festivales de cine medioambientales son importantes. Es verdad que dentro del cine más generalista se dice, a veces, que lo de tematizar determinadas cuestiones dentro de los festivales no debería hacerse, pero en el caso de lo medioambiental es una necesidad porque ayuda a generar conciencia. Nosotros lo hemos visto en los últimos años con gente que se acercó por lo cultural y se ha enganchado y ha cambiado formas de pensar y de vivir por haber visto una película. Si pensamos en lo mucho que se invierte desde las administraciones públicas para generar conciencia y cambiar modelos y, que, quizás, no se consigue tanto, es increíble lo mucho que se logra con una película. En lo económico también hemos conseguido ser un festival sostenible sin depender de una administración, sumando ayudas de partes privadas y de nuestros socios y del público. 

La película ganadora del Brote al Mejor Largometraje en la Sección Oficial, “La hija de todas las rabias”, es una coproducción entre varios países, incluyendo Nicaragua y México, ¿qué vínculo existe actualmente entre FICMEC y Latinoamérica?

Ya de por sí, Canarias tiene una vinculación total con Latinoamérica. Canarias emigró a Latinoamérica durante décadas allí y en el viaje de vuelta trajo mucha cultura y costumbres. Las películas latinoamericanas son más cercanas que cualquier película europea e incluso española. Entendemos los contextos y la situación, y tenemos muchas cuestiones culturales, musicales, gastronómicas en común. Esto hace que tengamos cada vez más cine de Latinoamérica en la programación.

¿Qué otros hitos destacarías de la 25ª edición?

El Cinemóbil ha dado un salto interesante, con una acogida mayor a la esperada. El Cinemóbil llega a zonas rurales y pequeñitas donde la gente no tiene actividad cultural. Son pequeños caseríos, de no más de 20 o 30 personas. A nosotros no importa cuántos sean, perdimos el miedo a estar con tres personas, ver películas y debatirlas. Últimamente, todo se medía en términos de público, y en función de eso te dan ayudas o no. Se acabó ese tema para nosotros. Si van tres, esa función que hacemos es para ellos.

Se da un paralelismo entre el ritmo de vida de estas personas y el de nuestro cine, ritmos lentos, de observar lo cotidiano, algo que se produce en nuestro cine y no en las ciudades. Ha sido superimportante ver que de repente la gente vibraba con una película como “Juunt Pastaza entsari” (Inês T. Alves, Oublaum Filmes, Portugal, 2022), un documental sobre niños en el Amazonas de una hora y media, casi sin diálogo. Son películas que cuesta verlas y eso para mí es lo más importante: generar nuevos públicos, que siempre han estado ahí, pero que son nuevos para nosotros. Ese es el reto.

Y en lo cinematográfico, ¿cuál es el reto?

Recuerdo ahora “Honeyland” (Tamara Kotevska y Ljubomir Stefano, Trice Films, Macedonia) que la proyectamos y empezó a crecer y crecer, y un año, en 2019, fue nominada a los Oscar en dos categorías, Mejor documental largo y Mejor película internacional. Conseguir que pequeñas piezas que quizás nadie ha visto y ver cómo llegan a grandes festivales y son premiadas también es importante. Somos un festival de cine y cuidamos mucho esa parte, pero también todo lo demás, en lo social y en lo humano, lo que rodea el festival es lo que más nos emociona y nos ayuda a continuar con el proyecto.