Diego Mondaca, director de “Chaco”
El cineasta boliviano Diego Mondaca (Oruro, Bolivia; 1980) creció escuchando los boleros de caballería, un género musical relacionado con la guerra y la muerte. Cuando tenía 14 años, esa música sonaba en el cementerio de su ciudad natal para rendir honores y despedir a su abuelo, un excombatiente de la Guerra del Chaco, el conflicto bélico entre Bolivia y Paraguay por la posesión del Chaco Boreal. Ese día se plantó la semilla para lo que se convertiría en su primera película de ficción, que otorga una mirada alternativa a esa contienda silenciosa en un territorio fantasmagórico.
La inquietud de Mondaca por “Chaco” comenzó a tomar forma siete años atrás, sin embargo, el realizador ya había dado sus primeros pasos en el mundo del cine de la mano del documental (“La chirola” (2008) y “Ciudadela” (2012) –premiada por el World Cinema Fund de la Berlinale). Durante ese tiempo en que le daba forma al proyecto, “Chaco” formó parte de la residencia de escritura de la Fundación TyPA (Argentina) y del Jerusalem Film Lab (Israel); además de ganar como mejor proyecto cinematográfico en el BAL-BAFICI (Argentina) y ser seleccionada para el Rotterdam Lab del festival de cine de la misma ciudad, donde el filme realizó su presentación mundial el pasado mes de enero.
La película nos presenta a un grupo de soldados indígenas bolivianos, quechuas y aymaras, comandados por el general Hans Krueger, militar retirado en el ejército de su Alemania natal y convocado por la milicia boliviana. Divididos, delirantes y solitarios, los miembros de la tropa deambulan por el desierto del Chaco en busca del enemigo paraguayo que nunca encontrarán. El monótono paisaje gris del bosque, las hostiles condiciones del terreno, la falta de agua y sus miedos serán sus verdaderos adversarios.
Producido por ColorMonster (Bolivia), Pasto y Murillo Cine (Argentina), el filme formará parte de la sección Atlas, fuera de competencia, de la próxima edición del FICUNAM, a realizarse en Ciudad de México del 5 al 15 de marzo, cita a la que retorna casi un año después, donde en 2019 ganó el premio de postproducción de imagen en LaboDigital. El cineasta boliviano conversó con LatAm cinema acerca de su más reciente filme.
Esta contienda bélica fue la batalla más grande sucedida en el continente latinoamericano en el siglo XX. Se extendió desde 1932 a 1935 y tuvo como saldo alrededor de 90.000 soldados muertos de ambos bandos. Sin embargo, ¿por qué, en los libros de historia, continúa siendo una tragedia silenciosa?
Me parece que ahora hay ramas de la historia que están salvando esas omisiones pasadas, una de ellas es la corriente de la “historia del tiempo presente” una nueva rama de la historia que se centra en el análisis crítico de hechos pasados pero analizados desde el hoy, desde los contextos actuales y, sobre todo la consecuencia de sus representaciones en el presente.
La historia y sus textos oficiales siempre han estado subyugados al poder de turno y/o a las élites, a los vencedores, ellos marcan las líneas en las que se escribe la historia, que ni siquiera es su historia, sino una manera de permanecer heroicos o valientes en textos. Una manera de limpiar sus actos de manera tendenciosa. Esa perjudicial tendencia por utilizar y borrar la historia recae en un negacionismo peligroso que permanece hasta hoy en Bolivia.
Es importante apuntar que en el caso de la Guerra del Chaco la gran mayoría de los muertos o mutilados fueron indígenas aymaras y quechuas, gente que en ese momento no estaba siquiera considerada como ciudadanos bolivianos y que fueron llevados a la fuerza a la guerra, secuestrados. Eran pongos cumpliendo órdenes de capataces y militares blancos. Por eso no quedan en la historia, porque no son parte del poder y se les niega la voluntad propia.
¿Cómo transmite ese silencio, esa desolación y ese abandono al filme?
Sobre todo en cómo los protagonistas perciben y asisten al bosque del Chaco y el extravío en el mismo. Es increíble pero este bosque sigue siendo casi exactamente igual a aquel tiempo de la guerra, entonces es posible experimentar y provocar ese abandono en el que no suena nada más que los cuerpos, el eco de su voz que se pierde en un bosque denso y espinoso.
La monotonía del paisaje ayuda en la sensación de una marcha a ninguna parte en medio del polvo y el silencio. La claustrofobia. Mantuvimos la cámara siempre pegada al piso, con el hombre en el centro de cuadro, y en el que vamos incidiendo e individualizando, particularizando, su horror y miedo, sus palabras cada vez más escasas, su voz se apaga.
Y algo fundamental para esa desolación es el sonido, la construcción sonora a cargo de Nahuel Palenque. Un sonido que atraviesa los cuerpos de nuestros protagonistas, también al espectador, generando sensaciones a través de vibraciones y memoria sonora.
Quechuas, aymaras y castellanohablantes parecen muy distantes uno de otro en ese indómito territorio como es el Chaco Boreal, ¿cómo se refleja o se proyecta esa relación entre bolivianos a la situación actual de su país?
Sobre todo en el problema de clase, esa discriminación que construyó el Estado y permanece hasta hoy. Siento que la película contribuye al análisis y problematización de la realidad, del aquí y ahora, a través de ese pasado que irrumpe y se hace recurrente. La película refleja la instrumentalización del indígena a conveniencia del poder o del Estado, de esa elites letradas o de poder que utilizan a sus soldados o adeptos como pongos. Está también en la yuxtaposición de espacios y culturas, a través de la lengua, que parecieran emerger del fondo de otros tiempos, pareciera, pero están y estamos acá hoy y ahora en un laberinto constante.
Refleja el cómo nos enfrascamos en batallas inútiles, absorbidos por entusiasmos patriotas enceguecedores y que al final solo convienen a un grupo muy reducido de poder. Y esa constante repetición, de tanto en tanto lo mismo, cada vez como mayor frecuencia. Los mismos errores, las mismas equivocaciones, la misma violencia. El volver a ser presa de algunos entusiastas que quieren que lo arriesguemos todo, pero ellos no arriesgan nada. Los que ponen el cuerpo son los “otros”, aquellos a los que a nadie le interesa ponerles nombre y apellido. Ahí también los que establecen el relato histórico, la Historia oficial, que responde a coyunturas y acuerdos que convienen y convencen a pocos, y que tanto perjudica. Lo que pasa hoy en Bolivia es ese pasado irresuelto que nos persigue, esos errores que permanecen y esa negación de lo que somos. Por eso estalla nuevamente el racismo y fascismo hoy, nuevamente.
La película refleja la instrumentalización del indígena a conveniencia del poder o del Estado, de esa elites letradas o de poder que utilizan a sus soldados o adeptos como pongos.
De la versión que aún le faltaba trabajar el sonido y el color que presentó en el BAFICI, la película tuvo cambios del montaje en postproducción. ¿A qué respondieron estas modificaciones y qué sensaciones le deja esta versión final?
Las proyecciones que se hicieron de “Chaco” tanto en Catapulta - FICUNAM como en LAB-BAFICI realmente llegaron en tiempos claves. Sentíamos que faltaba algo, que no terminaba de cuajar el armado. Se debatió mucho en esos foros donde asistieron la Camila Molina Wiethüchter, Barbara Francisco y Georgina Baisch, las tres productoras de “Chaco” junto a Álvaro Manzano.
Después de esas proyecciones, la intervención de Delfina Castagnino (montajista junto a Valeria Racioppi y César Díaz) fue fundamental. Con ella entendimos que el ritmo de la película no estaba siendo fiel con la puesta en escena, con los tiempos y el movimiento interno de cuadro, con el lenguaje y sus ritmos que establecimos desde rodaje. Y que, sobre todo, estaba muy explicada o pretendía explicar cosas. Entonces buscamos desprendernos del “dato” o “información” lo más posible y concentrarnos en la emoción de cada escena, su emoción interna. A partir de ahí la película cobró el ritmo adecuado, daba la sensación de haber explotado finalmente. Esto es complejo ya que estructuralmente no cambió casi nada, pero sí rítmicamente. Algo maravilloso, los detalles de la ficción.
Esta es su primera película de ficción, sin embargo dio sus primeros pasos en el documental. ¿Cómo diría que este género lo ayudó a cimentarse como cineasta y afrontar esta primera producción en el género bélico?
Me parece que hay una línea de continuidad en método más que en forma. De cómo establecer la comunicación con los protagonistas y explorar en ellos antes de imponerles un “personaje”. La experiencia en documental nos ayudó mucho a poder adecuarnos al espacio, a la naturaleza del Chaco y desde ahí ir proponiendo la puesta de cámara y movimientos de los actores. Adecuarse al espacio antes que intervenirlo. El documental te otorga esa libertad, la posibilidad de acomodarte y participar de un espacio sin alterarlo. Te sumerges en una atmósfera y desde ahí transformas. Pues eso hicimos, recurrimos a esos métodos del documental, que siempre mutan, para poder hacer "Chaco". Así nos sentimos mejor todos, era tenso, pero se lograron escenas muy lindas gracias a esa libertad.
“Chaco” es una coproducción entre Bolivia y Argentina, ¿qué tan importante fue el apoyo entre las productoras de ambos países para materializar el filme?
Para mi es una experiencia nueva, esto de las coproducciones. Enfrenté una estructura mayor de producción porque así también lo demandaba la propia película. Esta coproducción establecida por Camila Molina y Álvaro Manzano de ColorMonster, con Bárbara Francisco de Pasto y Georgina Baisch de Murillo Cine, ambas de Argentina, nos permitió no solamente competir por fondos de producción del INCAA y de Ibermedia, sino sobre todo contar con Federico Lastra (director de fotografía) y Nahuel Palenque (director de sonido) dentro de nuestro equipo que, junto a la parte boliviana, logramos construir la película con los rigores y exigencias que buscábamos desde un principio, desde lo narrativo hasta lo formal.
Ha podido estar en distintos festivales internacionales tanto como director y productor. Con su experiencia y recorrido, ¿cómo ha visto la evolución en los últimos años del cine que se hace en países que aún no tienen una industria cinematográfica en Latinoamérica?
Sin duda la calidad narrativa y formal del cine latinoamericano ha madurado mucho y ahora ya no se resigna fácilmente a contentar o exponer exotismos. Cada vez somos más los que nos alejamos de las modas o tendencias, de lo “políticamente correcto” para comenzar así a poder manifestar nuestras narrativas, nuestras estéticas e ir logrando consolidar el posicionamiento político del cine latinoamericano. En esto veo un avance muy importante y que debemos sostener y defender. Nuestra región es más dinámica también porque nos hemos comenzado a ver, la distribución de nuestro cine, gracias al digital, facilita la posibilidad de reconocernos entre vecinos, de vernos y ser mirados. Discutir nuestras realidades a partir de las experiencias de nuestros vecinos.
Al mismo tiempo hay mayor producción literaria, teórica y crítica, sobre nuestras producciones, análisis y discusiones que incentivan el intercambio y desarrollo de ideas en torno a la imagen y el sonido que generamos, a nuestra memoria visual y sonora para y desde las diversidades de América Latina. El cine latinoamericano es cada vez más independiente y no ha dejado de aportar en lo social, lo creativo y emocional. Aportando desde nuestras realidades socio-culturales a un contexto mundial que asfixia cada vez más. Cada vez la competitividad es más alta, más exigente, esto también se está asumiendo y dando respuestas contundentes. Hay un cine latinoamericano que está compitiendo, y con muy buena presencia, con personalidad propia
¿Cuáles diría que son los desafíos que deben superar estas naciones para consagrar su producción como la de algunos de sus vecinos?
El mayor desafio es lograr continuidad e institucionalidad. Algo muy complejo en el panorama boliviano actual. Esto debería darse a través del ADECINE y el Estado. Acordar una política de fomento adecuada a nuestra realidad, a nuestra memoria cultural para así construir o delinear las perspectivas y posibilidades para el cine boliviano, y sobre todo constante, misma que se vaya destinando a toda la cadena de producción cinematográfica, desde investigación y formación hasta exhibición y distribución. Que nuestras películas y trabajadores del cine seamos cobijados y acompañados en nuestro trabajo.