Kim Torres, directora de “Solo la luna comprenderá”
La costarricense Kim Torres vuelve a Locarno para estrenar “Solo la luna comprenderá”, seleccionado en la competencia internacional de cortometrajes, Pardi di domani. Con este estreno, la directora completa un ciclo de tres cortometrajes en tres años en un periplo que la llevó de Locarno a Cannes y nuevamente a Locarno. La directora se dio a conocer en 2021 en el certamen suizo con el corto “Atrapaluz”, una historia de identidad con toques futuristas; el año pasado, en Cannes, estrenó “Luz nocturna”, un drama sobre abandono y resiliencia con el que la cineasta costarricense se aseguró un lugar en el panorama actual del cine latinoamericano.
En su último corto, “Solo la luna comprenderá”, Torres retrata el año nuevo de un grupo de niños ante la inminencia del fin del mundo. Siempre interesada en las infancias y adolescencias, Torres recurre el fílmico para otorgarle una atmósfera peculiar a la historia. La directora dialogó con LatAm cinema sobre su última obra, sus búsquedas personales y creativas, y el poder del cortometraje para experimentar y “perderle el miedo a hacer cine”.
¿Cómo se origina este cortometraje en términos de historia y propuesta cinematográfica?
Desde hace varios años voy al pueblo de Manzanillo, en Limón, Costa Rica, porque ahí vive mi padre. Y poco a poco he ido conociendo a los vecinos y vecinas a través de mi papá que es pescador. Encontré una comunidad de personas muy solidarias, con el estilo de vida de un pequeño pueblo costero. En especial me empecé a conectar mucho con les niñes que tienen una vida muy libre, caminan y juegan por todo el pueblo, encontrando en las calles un lugar que es suyo. A veces me sentaba a verlos pasar mientras caminaban, jugaban, cantaban, avanzando por las mismas calles, una y otra vez, como un espiral eterno. Durante una época navideña, empecé a interesarme por documentar esta dinámica y comencé a imaginar desde la ficción: ¿Cómo vivirían les niñes una noche de año nuevo con la noticia de que se va a “terminar el mundo”? ¿Cómo si fuera la última noche? De ahí surgió la motivación de hacer una especie de documental mezclado con ciencia ficción y a partir de esa premisa empezó a desenvolverse lo que terminó siendo el corto. Una mezcla del día a día en Manzanillo en el contexto ficticio y mágico de un evento “sobrenatural”. Es una especie de carta de amor a Manzanillo y a la infancia que tanta energía le da al pueblo.
¿Siempre tuviste intención de rodar en fílmico? ¿Qué consideras que le aporta?
Desde que empecé a imaginar la película, venía con una textura que solo el fílmico podría brindarle. Fue una aventura porque era la primera vez que filmaba en película, pero, junto al fotógrafo Pietro Bulgarelli, supe que íbamos a encontrar la manera de hacerlo. Ahí se unieron aliados importantes como nuestra productora Mandarava Bricaire, el coproductor de Estados Unidos Raul Garcia Jr., que tenía varias latas de 16mm sin usar, y el Laboratorio Cinelab de Rumania, que se mostraron muy flexibles con respecto al esquema de producción pequeño con el que contábamos. La historia necesitaba una atmósfera onírica y surrealista mezclada con un estilo de rodaje improvisado de tipo documental. Las localizaciones, muy coloridas, y el amplio abanico de situaciones lumínicas que nos íbamos a encontrar nos hicieron decantarnos por el fílmico sin pensarlo dos veces, ya que era el único medio que nos proporcionaría las cualidades pictóricas que necesitábamos, así como las características técnicas y el reducido equipo humano requeridos. Para nosotres, era importante capturar el espíritu de les niñes y del pueblo de Manzanillo, y descubrimos que, a través del mágico proceso de capturar fotones a través de haluros de plata, había una cualidad onírica y física que se sentía mucho más cercana a la esencia de éstos.
¿Cómo relacionas este cortometraje con los anteriores? Pareciera haber un especial interés en retratar la infancia y la juventud.
Creo que ahora, a mis 30 años, la infancia y adolescencia es un momento de la vida que ya puedo ver con cierta perspectiva. Conforme pasan los años, siento una conexión profunda con las infancias y su manera de ver el mundo, de existir en este planeta. Estas exploraciones en los cortometrajes me han revelado que quisiera llevar el cine más allá de las producciones y empezar a compartir, desde la concepción de las ideas, con estas mentes que tanto tienen que decir sobre la vida. Quisiera empezar a trabajar en talleres de cine para niñes en Costa Rica y alrededor del mundo, especialmente en lugares como Manzanillo, donde el acceso al arte y la cultura es muy limitado.
Para mí, hacer cortometrajes ha sido una liberación muy hermosa, de perderle el miedo a “hacer cine”, a las expectativas externas y propias, a apostarle al juego y la experimentación, incluso al error
Cada cortometraje tuyo es muy distintivo, ¿tenías la intención de manejar una propuesta diferente en cada uno?
Para mí, hacer cortometrajes ha sido una liberación muy hermosa, de perderle el miedo a “hacer cine”, a las expectativas externas y propias, a apostarle al juego y la experimentación, incluso al error. Crear desde un lugar donde nadie tiene expectativas tan grandes. En ese sentido he aprovechado cada cortometraje para explorar algo distinto, probar temáticas y lenguajes cinematográficos diversos, esquemas de producción variados. Aunque también quiero hacer largometrajes, no quisiera dejar de hacer cortometrajes porque creo que permiten un proceso muy fluido desde la concepción de la idea hasta el momento de compartirla con el resto del mundo.
Tus cortometrajes han participado en importantes festivales del mundo, ¿cómo analizas, desde tu experiencia, los caminos de distribución de este formato?
Me siento muy afortunada y agradecida de que los cortos que he hecho hayan podido proyectarse en muchos lugares del mundo. Con cada uno, siempre ha sido una sorpresa que sean apreciados en espacios de mucho prestigio en el mundo del cine, porque desde su concepción, siempre el norte ha sido crear desde la intuición y el corazón. A veces los espacios de festivales pueden crear muchas frustraciones en cineastas que están empezando, no es fácil lidiar con el rechazo y a veces hasta puede ser paralizante. Pero desde que empecé a hacer cortos he tratado de tener eso claro, que el cine lo hacemos por otras razones, para crear juntes, compartir, conectar. Cuestionarnos la existencia como seres humanes en el planeta Tierra. Si se da que sean aceptados en festivales es un plus, porque te abre muchas puertas a seguir trabajando, pero si no sucede, hay que seguir creando y encontrando espacios de proyección alternativos y comunitarios.
Hace un tiempo que trabajas en tu primer largometraje, “Si no ardemos, cómo iluminar la noche”, ¿cómo es ese paso del corto al largo?
Empecé a escribir mi largometraje hace varios años y en el proceso de conseguir el financiamiento se volvió evidente que para recibir apoyos, era necesario que vieran algún tipo de “evidencia” de mi trabajo como directora. Fue entonces que la productora del largometraje, Alejandra Vargas Carballo, me motivó a explorar esta faceta. Con “Atrapaluz”, nuestro primer corto juntas, fue como si algo se despertara dentro de mí, una pasión extraña y profunda, casi adictiva por hacer cine. Era como abrir una caja que no tenía un fin, ni una respuesta, y esto se volvió muy cautivador para mí. Una búsqueda eterna. Después de eso surgieron los demás cortometrajes mientras seguíamos consolidando el financiamiento de la película y realmente ahora estoy muy emocionada de hacer el largo después de hacer estos tres cortos (“Atrapaluz”, “Luz nocturna”, “Solo la luna comprenderá”) donde pude explorar distintas formas y temas.
Desde hace años, el cine de Costa Rica tiene una importante visibilidad en festivales, especialmente con obras dirigidas por mujeres. ¿Cómo definirías el momento que atraviesa el audiovisual costarricense?
Actualmente en Costa Rica existe un boom en la producción cinematográfica y está muy relacionado con que en la última década hemos tenido acceso a fondos como Ibermedia y fondos internacionales. En los años más recientes, tenemos un fondo de producción cinematográfica El Fauno que, aunque lleva poco tiempo y siempre con la amenaza de reducciones e incluso de ser eliminado, ha logrado impulsar la producción de cine en el país. Es curiosa la fuerte presencia de mujeres en puestos clave como la dirección y producción. A mi parecer, tiene que ver con que no tenemos una industria consolidada y las personas que han impulsado leyes para el fomento de la producción de cine en el país son en gran parte mujeres que buscan sentar bases de un medio mucho más inclusivo. Al no tener bases escritas en piedra con una larga historia cinematográfica, se ha abierto una puerta para escuchar nuevas voces con visiones potentes y críticas de la sociedad costarricense. Creo que el trabajo que se ha realizado desde la Unión de Directoras de Costa Rica y la Asociación de Productores Independientes de Cine de Costa Rica (APICC) ha sido crucial para mantener viva la llama del cine en un país que carece de imágenes y de una representación de la realidad desde adentro, a pesar de las adversidades de un gobierno que cada vez hace más recortes a la cultura.