• Maite Alberdi aborda el difícil pasaje a la adultez de las personas con síndrome de Down en “Los niños”

  • Maite Alberdi aborda el difícil pasaje a la adultez de las personas con síndrome de Down en “Los niños”

  • Maite Alberdi aborda el difícil pasaje a la adultez de las personas con síndrome de Down en “Los niños”

Maite Alberdi aborda el difícil pasaje a la adultez de las personas con síndrome de Down en “Los niños”

Las películas de la chilena Maite Alberdi (“El salvavidas”, “La once”, “Yo no soy de aquí”) se caracterizan por personajes muy definidos, una inmersión absoluta en sus universos y la utilización de elementos narrativos asociados a la ficción. Con su cuarta película, “Los niños” (2016), se podría decir que estamos ante la confirmación de estas señas de identidad. Ahora la documentalista se introduce en un colegio de Santiago con alumnos que tienen síndrome de Down y al cual asisten desde hace 40 años. Allí se enfrentan a las tensiones de sentirse adultos, pero de no pertenecer a ese mundo.

La etapa de desarrollo fue tan larga como fructífera y su recorrido por festivales lo refleja. “Los niños” tuvo su estreno mundial en la Competición de Largometrajes del Festival de Cine Documental de Ámsterdam (IDFA) siendo la única película latinoamericana en esa sección, ganó en la Competencia Latinoamericana del Festival Internacional de Documentales de Brasil É tudo verdade, recibió el premio a Mejor Película en DocsBarcelona y fue reconocida en el Festival Internacional de Cine de Miami con el Zeno Mountain Award.

A estos festivales se le suman otros 30 donde fue exhibida y entre los cuales se destacan Visions du Réel, Guadalajara, BAFICI, HotDocs, Cartagena de Indias, IFF Panamá, DocumentaMadrid, DocsValència y Cinélatino - Rencontres de Toulouse. La premier en IDFA fue también el cierre de un proceso de trabajo: el proyecto participó en el Forum 2014 y recibió el Bertha Fund en dos oportunidades (para coproducción internacional con Europa en 2015 y distribución en 2016).

Producida por Alberdi y Denis Vaslin para Micromundo Producciones (Chile), Volya Films (Holanda) y Mandra Films (Francia), y en coproducción con Señal Colombia, el filme tiene su estreno nacional el 8 de junio en diez salas comerciales de Santiago de Chile, Concepción, Antofagasta y Temuco.

“Los niños” llega a destino siendo una producción entre tres países con un cuarto en coproducción. En su camino consiguió diversos fondos como el Fondo Audiovisual CNCA, CORFO, CNTV Chile, IBF Europe, CNC, Tribeca, Sundance, Bertha Foundation UK, beca WorldView para investigación, Señal Colombia… muchos logros previos para un documental.

Sí, el hecho de terminar siendo una película entre cuatro países, es algo harto para un documental. El desarrollo fue un proceso largo, empecé en 2012 la investigación y el primer fondo lo tengo desde ese mismo año. Sin embargo, recién filmamos en 2016. En la búsqueda de fondos internacionales, el Central Pitch de IDFA nos abrió muchas puertas afuera, como la coproducción con una empresa holandesa y el ganar el fondo francés. Eso nos permitió que luego del rodaje en Chile montáramos en Holanda y la postproducción la realizáramos en Francia. Y finalmente se sumó Señal Colombia.

¿Cuáles eran las características del proyecto que hicieron viable esta coproducción?

Pienso que se debe a que es un proyecto con social issue, con temas sociales que para los fondos documentales siempre es importante y te abre puertas de financiamiento en este género. Es una película que tiene más fondos que mis películas anteriores, y creo que es por la temática que trata. Los fondos documentales están preocupados o focalizados en apoyar proyectos que traten problemáticas sociales, que en este caso se plantea originalmente como chilena, pero que al mismo tiempo es universal: ¿Qué pasa con los adultos con discapacidad intelectual y qué posibilidades reales se les están dando? Si bien en esta película tenemos el contexto de mi país que es muy conservador (bien parecido al latinoamericano donde las posibilidades de desarrollo son nulas), la característica que hizo universal al proyecto e interesante para otros países, fue el hecho de que se trata de un problema social a pesar de las diferencias, por ejemplo con Holanda. Si bien allí están en un terreno totalmente distinto y con otro modelo (son historias de gente muy independiente, son seguridad social, que de pronto comparten un apartamento), tienen sus propias preguntas: ya no están naciendo personas con síndrome de Down porque abortan esos embarazos ante el diagnóstico. Entonces se trataba de un tema que para cada país tenía nuevas interrogantes, pero que siempre eran igual de interesantes. Adultez e incapacidad. Yo creo que fue en este sentido que encajaron todos los países.

La investigación se inició en 2012 y el rodaje en 2016 ¿Cómo fue ese proceso y cuál era el punto de partida?

Yo tengo una tía con síndrome de Down y viví siempre con ella. Y la gran pregunta de mi abuela siempre fue qué iba a pasar con mi tía el día que ella muriera. Y desde ahí fue que me di cuenta que había una generación de padres que jamás pensaron que sus hijos los iban a sobrevivir, porque la expectativa de vida para una persona con síndrome de Down cuando mi tía y los protagonistas de la película nacieron, era de 25 años, y hoy en día es de 60, por lo tanto siempre pensaron que se iban a morir jóvenes y no los criaron para ser independientes. Crecieron totalmente dependientes. Entonces desde este contexto es que parte la investigación: busqué en todo Chile adultos con síndrome de Down que estuvieran mucho tiempo juntos y que vivieran una adultez como si no hubiesen evolucionado, porque en realidad pasa que a ellos les dicen: “Sí, algún día te vas a casar. Algún día te vas a ir a vivir sola… algún día…”. Y les siguen diciendo “algún día, algún día” hasta que tienen 50, entonces me pregunté: ¿qué es ese “algún día”? Y ellos se quedan con eso: “Ah, sí, algún día va a pasar”. Pero después nunca pasa. Esto fue lo que motivó la investigación y busqué en todos los grupos hasta que encontré este colegio donde efectivamente los protagonistas llevaban 40 años haciendo lo mismo, la vida no había cambiado.

De hecho, en el film se percibe cierta mirada crítica hacia esas familias y su forma de verlos.

Yo siento, creo, o mi intención al final es que sea una película que no juzgue. Porque... está bien, yo no estoy de acuerdo con muchas de las cosas que piensan ellos, pero también me pongo en el contexto y veo que son padres que tienen 80, 90 años, y que efectivamente no les puedes pedir que cambien su sistema de crianza con un hijo de 50. No olvidemos que cuando los tuvieron era una época en la cual las personas con síndrome de Down se quedaban en su casa y no salían a la calle. A estas familias les ha tocado vivir los cambios, les ha tocado criarlos de determinada manera. Entonces creo que en la película también planteo las preguntas hacia los padres de las nuevas generaciones, más que para los protagonistas de la película.

En la película también planteo las preguntas hacia los padres de las nuevas generaciones, más que para los protagonistas de la película.

Valorando el recorrido tuyo y el de la película: ¿Últimamente hay un interés especial por Latinoamérica en los festivales y mercados?

Yo creo que sí, que de alguna manera se ha ganado un poco. Igual me parece que los festivales funcionan mucho por cuota, pero puede ser que ahora suceda algo que antes no pasaba, y es que precisamente hay un cupo en las competencias para películas latinoamericanas. Creo que sí se ha logrado una visibilidad grande. Lo que me parece que no ha cambiado, y que la gente piensa que ha cambiado pero que en realidad no es así, es que en los festivales las categorías siguen bien marcadas: ficción y documental. Te pueden decir que ahora todo se mezcla y que los programadores están abiertos a ver otras cosas, pero no: es muy raro que Cannes programe un documental que no sea de Michel Moore en su competencia oficial, y lo mismo Berlín. O sea, creo que los festivales clase A están más abiertos a experimentar en el terreno de la ficción, que en el campo del documental, donde siguen bastante divididos los circuitos.

Por ejemplo, si bien yo trabajo películas que se mueven un poco hacia el lado de la ficción estilísticamente o en la forma, mi circuito internacional sigue siendo en un 80% de festivales de documentales estrictos o con competencia documental específica.

¿Cómo evalúas en este contexto la internacionalización y el circuito de exhibición de la actual producción chilena?

Yo creo que Chile ha crecido bastante en términos de producción y que se están haciendo muchas películas al año, algo que antes no pasaba. También siento que ahora hay más diversidad: uno ya no puede hablar de una cinematografía chilena y clasificarla en un estilo. Creo que hay diversidad de formas y que hay espacios para todos, que se ha ido constituyendo abierta y respetuosamente sobre base de la diversidad. Lo que creo que no está para nada resuelto en Chile aún es el tema de la exhibición. Si bien ha mejorado, los números son tristes, incluso las películas grandes no hacen buenos espectadores.

¿Por qué?

Porque falta legislación. Porque a diferencia de otros países no hay una ley de cuotas al cine chileno en pantalla, no hay protección al cine nacional en salas. Entonces uno compite de igual a igual con “Superman”. Apenas hay un pequeño convenio en algunas salas, pero no existe protección, entonces en realidad estás compitiendo con Hollywood todo el tiempo, y la dificultad de mantenerse en cartelera es enorme y tus costos por estar son los mismos que para una película grande (pagas los mismos impuestos y haces los mismos aportes). Hay ayudas de fondos, sí, pero no hay legislación, no hay nada que proteja que el cine chileno se mantenga en cartel. Y no hay espacios donde se exhiba sólo cine chileno y que puedan entrar todas las películas. Entonces es muy difícil generar audiencias en estas condiciones. La gente se termina enterando que la película está en salas cuando ya está saliendo. Es muy, muy difícil…

¿Qué factores llevan a esa experimentación que mencionabas del cine chileno actual?

Yo creo que es histórico. Si uno revisa la cinematografía que se hacía antes de la dictadura o durante, y ve el nivel de experimentación de los cineastas desde el comienzo, como que cada uno siempre buscó su propia voz. Si uno ve por ejemplo a Agüero o al Pato Guzmán, son muy distintos en lo que hacen, entonces creo que históricamente se ha respetado esa diversidad y que desde allí es que ahora crecemos. Nosotros como cineastas, como generación, nos hemos formado viendo esa diversidad en el cine nacional, y a mí me encanta que exista y que haya películas ultra comerciales y otras con otra vocación, y que dentro de las películas más independientes también uno pueda reconocer cineastas que están lejos de imitarse entre sí.

Los que ya van por su tercera película, son cineastas que definitivamente han seguido sus voces, y es agradable poder reconocer de quién es una película. Más que decir si una película es chilena o no: poder identificar de quién es, poder decir que “estas imágenes pertenecen a tal director”. Eso es muy agradable.

¿Y esto se expresa también en un clima colaborativo?

Sí. Si bien yo me muevo más en el ambiente de los documentalistas, que entre los directores de ficción, siento que definitivamente es una industria que ha crecido junta y que es bastante solidaria. El crecimiento no se ve como carreras individuales, sino que se debe a una industria y compañeros que han trabajado juntos y que han crecido juntos, sobre todo en términos de financiamiento. Si bien seguimos sin una política cultural pública clara y definida aún (se está trabajando en ello), creo que todos colaboran y se apoyan.