• LatAm premiere: Johanné Gómez Terrero, directora de “Sugar Island”

    Johanné Gómez Terrero (Foto: Dilia Oviedo).

  • LatAm premiere: Johanné Gómez Terrero, directora de “Sugar Island”

    Fotograma de la película (Foto: Carlos Rodríguez).

  • LatAm premiere: Johanné Gómez Terrero, directora de “Sugar Island”

    Fotograma de la película (Foto: Carlos Rodríguez).

  • LatAm premiere: Johanné Gómez Terrero, directora de “Sugar Island”

    Fotograma de la película (Foto: Carlos Rodríguez).

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    Fotograma de la película (Foto: Carlos Rodríguez).

LatAm premiere: Johanné Gómez Terrero, directora de “Sugar Island”

Tras el éxito de su documental “Caribbean Fantasy”, la realizadora dominicana Johanné Gómez Terrero debutó en ficción con “Sugar Island”, cuyo estreno tuvo lugar en la última edición de Giornate Degli Autori, sección paralela del Festival de Cine de Venecia dedicada al cine de autor. La coproducción entre la dominicana Güasábara Cine y la española Tinglado Film está protagonizada por Makenya, una adolescente dominico-haitiana que vive en un batey, una comunidad de trabajadores cañeros. Tras un embarazo no deseado, Makenya inicia un viaje hacia la adultez y la búsqueda de su poder. LatAm cinema dialogó con Gómez Terrero sobre los conceptos, las personas y las referencias de los que se nutrió para realizar la película.

¿Cómo fue el pasaje del documental a la ficción y cuáles fueron los principales desafíos a los que te enfrentaste?

En principio, “Sugar Island” era un documental y mi intención era filmar en un batey. Traté de conseguir permisos para filmar tanto en bateyes privados como estatales, pero no los conseguí, por lo que la película comenzó a transformarse, primero en un híbrido y luego ya incorporando actores. Fue un proceso muy complejo pero a la vez muy enriquecedor, porque la investigación permitió que, si bien no pude acceder con la cámara, todos los personajes de la película estén inspirados en gente que conocí allí. Makenya tiene características de varias chicas embarazadas que conocí, el hospital donde filmamos existe y atiende a chicas adolescentes embarazadas. Además, con parte del equipo, incluyendo el fotógrafo, el sonidista y el diseñador de producción, fuimos a ese lugar para tratar de entender no solamente cómo se ve, sino cómo se siente, cuál es la energía. Todo el proceso de investigación para el documental alimentó la ficción.

El guion tiene distintas capas, varias temáticas que se superponen. Además de basarte en tus experiencias en el batey, ¿cómo trabajaste y estructuraste la historia?

En el proceso de investigación me acompañó María Abenia. No participé en laboratorios cuando se convirtió en una ficción, pero sí me acompañó Eliseo Altunaga, un script doctor cubano que daba clases en la escuela de Cuba, donde estudié producción. Entonces, ¿cómo se armó ese guion? Bueno, es un poco rizomático, porque no había un centro en la película. Me inspiraron varias cosas para encontrar una manera de estructurarla. Por un lado, el hecho de que las personas somos porosas, tenemos muchas capas. No es lo mismo ser una mujer que habita en un barrio de clase media en Santo Domingo que ser una adolescente sin documentos, de ascendencia haitiana, embarazada, habitando un espacio periférico. Yo quería ver todas las capas, lo que el feminismo llama interseccionalidad y Ochy Curiel, una feminista dominicana, llama “imbricación”. ¿Qué implica habitar un cuerpo negro y cuáles son sus dimensiones? ¿Cuál es su nivel de porosidad? El presente no está disociado del pasado ni del futuro. El pasado se mueve porque lo vamos repensando, reimaginando, reconstruyendo, resignificando. Entonces, ¿cómo ese pasado afecta hoy un cuerpo negro y hacia qué mundo estamos yendo? ¿Cuáles son las capas de Makenya? Ella tiene una dimensión personal, una dimensión social y una dimensión espiritual. Fue complejo hacer ese tejido para que conversen todas las dimensiones. Entonces entendí que su madre y su abuelo son generaciones que nos permiten entrar a otras dimensiones. Tener una madre que nos lleva hacia la dimensión espiritual y un abuelo que nos lleva hacia la dimensión social es pensar en una chica que está heredando: la pobreza se hereda, la apatridia se hereda, todas las capas opresivas que tienen que ver con el racismo se heredan. Por otro lado, consulté mucha gente, historiadores, filósofos, porque quería tener la autoridad moral de poder hablar de un lugar que no habito. Porque yo soy una persona racializada, soy mujer, habito una cierta periferia, pero no la periferia de ser una persona apátrida, de ascendencia haitiana, negra oscura. Eso trae diferencias. Muchas veces la negritud pareciera ser una sola cosa y no lo es. Yo no quería caer ahí, quería entender una particularidad y explorar ese concepto, hacer muchas consultas en el proceso y tener un script doctor negro que también fuera consciente: ser negro no significa nada si no hay una conciencia de serlo.

En la película hay una propuesta colorida y arriesgada, ¿qué referencias e inspiraciones te sirvieron para trabajar la estética y la fotografía?

Esta película viene de muchos conceptos que luego intenté traducir y uno de ellos es de Silvia Rivera Cusicanqui, una socióloga boliviana que lo rescata de otro historiador boliviano: el concepto de lo “abigarrado”. Ella lo pone en el contexto de Bolivia, donde hay una tensión entre lo europeo y lo indígena. Yo lo trasladaba acá y pensaba: bueno, aquí también hay una tensión, aunque no se verbaliza, entre nuestra negritud y lo europeo. Lo abigarrado es como un gris jaspeado formado por muchos puntos que, si miras bien, te das cuenta de que los blancos y los negros están separados. Y me pareció una metáfora potente de algo que hablamos mucho aquí, de que estamos todos mezclados, pero si miras bien, no es verdad. Somos muchos puntos, muchas subjetividades. Eso me sirvió para trabajar la estética con muchos colores, porque lo abigarrado también tiene que ver con muchos colores que no combinan entre sí, aunque yo creo que en la película sí combinan.

“La película se llama “Sugar Island” porque los ingleses denominaron así a todo el Caribe productor de azúcar. Somos territorios que producen materia prima y seguimos siendo territorios que no cuentan sus historias, sino que alguien las cuenta por nosotros.”

¿Cómo se dio la coproducción con Islas Canarias?

Comenzó cuando el proyecto era un documental. En su segundo viaje a esta isla, Colón trajo de La Gomera, una de las Islas Canarias, los primeros esquejes para sembrar la caña y esa caña creció mucho. Entonces hay una conexión, se supone que las Islas Canarias fueron como un laboratorio que luego se implementó aquí. Desde esa mirada del documental, de esa conexión, comenzamos a armar la coproducción. Al devenir en una ficción, eso fue quedando un poco relegado, pero por ahí viene el contacto con David Baute, con el que trabajo también en otros proyectos.

Hay una parte de la película filmada en Tenerife en la que Makenya hay unos chivos, unas cabras, y atrás hay una edificación,  un ingenio azucarero que hoy en día es una platanera. Es una cosa muy subterránea en la película que también haya sembradíos de plátano, porque luego de la caída de la industria azucarera, tanto allá como aquí, nos convertimos en repúblicas bananeras, en territorios exportadores de plátano. A partir de 1517, la corona española dio permiso para que se introdujeran esclavizados africanos y en ese momento hubo un boom de la industria azucarera. La película se llama “Sugar Island” porque los ingleses denominaron así a todo el Caribe productor de azúcar, luego nos convertimos en la República Bananera. Siempre hemos sido territorios que producen materia prima y seguimos siendo territorios que no cuentan sus historias, sino que alguien las cuenta por nosotros.

Dices que son otros los que cuentan las historias de República Dominicana, ¿cómo ves la actualidad del cine nacional?

Creo que está en un momento muy potente. Cuando decía que cuentan nuestras historias desde fuera, es porque es como si nuestra historia empezara en el momento de la conquista, como si no tuviéramos una historia anterior. Es algo muy reciente tener cierta conciencia de que hay otras historias. Hoy en día, en el cine y en otras artes, hay una pulsión por encontrar otros lugares donde mirar y, en el cine en particular, donde hay una ley de cine, es sumamente importante porque ha hecho que haya una emergencia, un emerger de muchas otras miradas. Hay una multiplicidad de cines, no hay un único cine dominicano, y eso está generando otros diálogos posibles. Luego nos faltan más cosas en términos de industria, preguntarnos qué vamos a hacer con todo esto que se produce. Pero esa una crisis no sólo local, es global; se está produciendo más audiovisual del que podemos consumir, entonces la crisis no es de producción, es de distribución. Eso me preocupa: si mi película me va a sobrevivir.

¿Cuáles son tus próximos proyectos después de "Sugar Island"?

Cuando hago una película, siento que dejo atrás toda una etapa de mi vida. Tuve mucho interés en trabajar la racialidad, el tema afro fue una obsesión durante mucho tiempo para mí, sobre todo porque no es algo que se estudie acá, sino que es algo en lo que te tienes que interesar para entender la historia desde otro lugar, fuera de lo oficial. Esa obsesión es parte de mi identidad, no puedo huir de ahí. Pero ahora, algo que es parte de mi identidad es que voy a cumplir 40 años, entonces creo que voy a hacer algo más cerca de lo que los católicos llaman “el demonio meridiano”: la crisis de la mitad de la vida. Entonces de hacer mucho trabajo hacia afuera, con temas sociales y demás, creo que ahora voy a trabajar algo mucho más íntimo, que todavía no sé qué es porque las películas las vamos encontrando. El punto de partida es la crisis entendida de muchas maneras, porque es biológica, pero también los astrólogos dicen que hay unos planetas en particular que se configuran a esa edad, y también es social. En términos de estructura va a ser parecida a “Sugar Island”, porque se conformará en capas, en distintas dimensiones donde mirar.