“Los fantasmas”, debut del guatemalteco Sebastián Lojo tiene su estreno mundial en Rotterdam
Frente a un espejo, una mano pinta una máscara de lucha en una cara. El primer plano de “Los fantasmas” anticipa los siguientes 75 minutos. En la Ciudad de Guatemala, Koki y Carlos, antagonistas de un sistema con profunda violencia estructural, mantienen su doble vida por la noche, la máscara que vertebra un sentido de identidad y pertenencia: Carlos compite en lucha libre, Koki estafa a hombres locales y extranjeros con la complicidad de Carlos. Ambos encuentran un pequeño, pero revelador, espacio de reconocimiento.
El debut en largo del director guatemalteco afincado en Londres Sebastián Lojo es una película que se arriesga para acercar un relato urbano de asfixia, hostilidad y desconexión en la Guatemala contemporánea. Durante la investigación, Lojo desarrolló una metodología de trabajo con los protagonistas, actores naturales, para que la vida cotidiana real de éstos se inmiscuyera en una estructura poco narrativa y una estética contemplativa y contenida. “Para mí era muy importante mostrar lo difícil que es para la gente en Guatemala encontrar relaciones que puedan ser más solidarias o de una conexión más profunda o genuina; pero al mismo tiempo sentimos que todos están buscando eso”, sostiene Lojo.
“Los fantasmas” es una producción autofinanciada de la guatemalteca A la Deriva en coproducción con la argentina Perro Suelto encabezada por la libanesa Remi Itani (directora del documental “A Long Breath”); cuyo rodaje se llevó a cabo durante cinco semanas con un fuerte compromiso del equipo y una gestión de la producción basada en las relaciones humanas. “No era algo tan raro para mí, vengo del Líbano, donde tampoco tenemos una industria establecida”, explica la productora.
El circuito internacional de la película inició el año pasado a través de varios work in progress, incluyendo LABEX, Málaga WIP Lab, Guadalajara Construye o en el foro latino-árabe del festival tunecino de Cártago. Ahora llega a la Competencia Bright Future de Rotterdam y ya tiene su próxima cita confirmada: será en febrero, en la Semana de la Crítica de Berlín. El estreno en Guatemala no tiene fecha cerrada, pero será en 2020. “Lo que más me interesa del estreno en Guatemala es que la película se mire lo más posible, no solo en la capital sino en todo el país”, cuenta Lojo. LatAm cinema conversa con el director a escasos días del estreno mundial de su debut.
¿De dónde nace tu motivación para construir ese universo de asfixia y desconexión?
Yo estaba interesado en articular mi relación con Guatemala desde que me fui a Londres hace cinco años. La distancia me permitió agarrar elementos de historias que había escuchado en el pasado y crear una narrativa que, a partir de una estética contemplativa, acumulara la sensación de alienación, asfixia, falta de conexión y melancolía. Por ejemplo, busqué la lucha libre, que en la vida real ocurre en el mismo parqueo del hotel. Lo que me interesa era encontrar a alguien a quien le importara este pequeño espacio, que es increíblemente potente para muy pocas personas, pero que no tiene nada de visibilidad. Respecto a Koki, pensé que podía ser un B-Boy, porque en Guatemala tienen un espacio de capital social, ya que están acostumbrados a que, aunque sea un público limitado, se les tenga mucho respeto y admiración. A partir de eso, me interesó ficcionalizar las relaciones entre estos dos personajes. Para mí era muy importante mostrar lo difícil que es para la gente en Guatemala encontrar relaciones que puedan ser más solidarias o de una conexión más profunda o genuina; pero al mismo tiempo sentimos que todos están buscando eso. Esa es la contradicción que me interesaba lograr retratar.
¿Cómo fue el proceso de trabajo, con esa propuesta no tan narrativa y con un tratamiento cercano a lo documental?
A nivel metodológico, la propuesta era crear una estructura con huesos narrativos, pero llenar la carne con la vida y las situaciones que encontraba a partir de la investigación y durante el rodaje. Es decir, filmamos la vida real de Koki, esa es su casa, esa es su madre, ese su hijo, ese su cuarto; pero lo hicimos ficcionalizado. Entonces es una mezcla extraña de agarrar elementos de su vida y adaptarlos un poco al personaje y adaptar el personaje a Koki. Con Carlos fue igual. Me interesaba mucho que no fueran actores, por sus tiempos, por cómo se mueven en el espacio y por cómo hablan. Y también su cotidianidad específica: cuando están lavándose los dientes, limpiando su uniforme o en la cama sin poder dormir. Este tipo de cosas creo que informan mucho sobre la asfixia, la alineación y la soledad. También busqué mantener los tiempos un poco más largos de lo de lo normal, con la idea de que terminaran acumulando, dejando esta sensación de asfixia, no literal ni cantada en la narrativa, si no de pura sensación.
La distancia me permitió agarrar elementos de historias que había escuchado en el pasado y crear una narrativa que, a partir de una estética contemplativa, acumulara la sensación de alienación, asfixia, falta de conexión y melancolía.
También en lo sonoro hay una búsqueda que ahonda en esa sensación. ¿Cómo fue la propuesta de diseño sonoro y cómo se fue modificando en rodaje?
A nivel de diseño sonoro, me interesaba mucho mantener la materialidad de Guatemala, pero también de una manera más controlada. Es una extraña mezcla que va de la mano con el lenguaje visual, porque aunque hay momentos que se sienten como documental, como la lucha, hay momentos que se sienten como que algo está pasando fuera de la realidad. Para eso mantuvimos siempre los sonidos que pertenecían contextualmente correctos, pero trajimos algunos más altos o les cambiamos el eco. Cosas como muy pequeñas que de repente sentíamos como que nuestra percepción de la realidad estaba un poquito aumentada. Y también a través de contrastes que no nos permiten tener esa satisfacción de cierre, de que las cosas terminan, si no que se sienten interrumpidas. Ese proceso fue muy largo y fue bonito en muchas partes, pero también complicado. Al final, donde lo terminamos completamente de aterrizar fue en el estudio de postproducción, ahí fue donde por fin pude verlo más cercano a lo que había pensado del diseño sonoro.
Hablabas antes de la condición de no actores de los protagonistas, ¿cómo fue el proceso de trabajo con ellos para lograr lo que buscabas?
Lo que buscaba era lograr canalizar a la persona que me encontrara en la vida real, pero también quería encontrar personas que me dieran muchísimo. Para eso fue muy importante pasar mucho tiempo con ellos antes, conocernos, ir más allá de la relación puramente profesional. Cuando conocimos a Koki nos sentimos bien, pusimos una cámara enfrente mientras estábamos hablando y muy rápido se cristalizó. Desde ese momento empezó a trabajar en todos los sentidos para la película: nos ayudó a encontrar algunas locaciones y permisos. Y también tuvo mucha apertura para que pudiéramos trabajar con su hijo, cuando eso no era parte del guión, sin saber muy bien estructuralmente dónde iba entrar. Con Carlos fue similar: nos abrió las puertas al mundo de la lucha, que es lo que le importa en su vida real, y entonces, todo el personaje fue mucho más orientado hacia ahí. Porque sin la escena de la lucha, que fue puramente registro, creo que Carlos se hubiera sentido como un personaje demasiado plano, pero ahí verdaderamente sentimos lo que hay en su interior.
Por otro lado, desde el principio sabía que no quería escribir diálogos, me importaba mucho más cómo habla la gente que lo que dice. Entonces el proceso fue estar mucho tiempo en las pocas escenas donde se habla mucho e ir identificando cómo podíamos llegar a lo que necesitábamos que dijeran. El 90% del tiempo que hablan es para conocerlos, y el 10% donde necesitábamos que dieran información terminaba siendo de manera orgánica.
Siendo una película masculina en la que las presencia de mujeres es mínima pero potente, ¿cómo abordaste esa construcción?
Sí, creo que es una película sobre una masculinidad y ciertos códigos que existen entre hombres, que no se hablan, que se traicionan, pero también para mí era muy importante llegar a perspectiva mucho más completa de estas diferentes permutaciones de melancolía y soledad. Por eso, por ejemplo, con Daniela trabajamos mucho en su personaje, para que no fuera sólo la novia; y así es que las acciones de Daniela determinan tanto la manera en la que Koki actúa que se siente el poder que Daniela tiene. Pero también, aunque Daniela es la que tiene el poder en la película, al final Koki termina mandando todo a volar. Quería retratar estas dinámicas más misóginas que existen entre hombres y mujeres en la mayoría relaciones heteronormatividad guatemaltecas. Y en el caso de Sandra, ella iba a tener solo una escena, queríamos hablar de una mujer que tuviera una edad media alta, que se estuviera agarrando a la belleza que algún día tuvo para generar su sentido de identidad. Y encontramos a Sandra Guerra, que en la vida real es la mamá de la directora de arte, Evelisa Ruiz Matamoros. Y de repente, después de trabajar con ella, terminamos agregando otras escenas, y se terminó creando una de las cosas más bonitas de la película, que es este personaje, el único que lleva sus sentimientos en la piel, porque nadie más se emociona y ella lo hace sin ningún tapujo.
¿En qué medida influyeron en la película los diferentes Work in Progress en los que participaron?
El primer work in progress fue LABEX, y nos sirvió para analizar cómo estaban funcionando los tiempos. Fue bonito porque teníamos mesas redondas, en los otros solo mostramos la película. Probablemente el comentario más revelador que alguien me dio fue Manuel Abramovich. En una de esas mesas redondas me dijo que había una contradicción, porque la película no es de narrativa y se sentía como que estaba tratando de que se entendiera, sin ser esa su identidad. Y es cierto, porque en algún punto en la edición nos entró como una ansiedad de que la gente no iba a entender. Y hubo que rendirse a lo es la película, y aprender a tener confianza en que la película te enseña a verla. Además de eso, lo que más nos dieron los wips, la verdad, fue un poco de legitimación, no conocíamos a nadie y me he dado cuenta de que a veces hay que conocer un poco de gente y tener suerte en algunas cosas.
¿Estás trabajando en nuevos proyectos?
Estoy trabajando en un nuevo proyecto que se llama, por el momento, “Trucha panza arriba”, para el que estamos en busca de coproductores latinoamericanos. Está basado en el libro de cuentos del escritor guatemalteco Rodrigo Fuentes, con quien estoy trabajando en el guion. Es un libro de cuentos espectacular que plantea algunas cuestiones que van de la mano con “Los fantasmas”, en cuanto a la desconexión en las relaciones y con que, históricamente, estamos acostumbrados a traicionarnos, pero también trayéndolo a un espacio más ambicioso que habla con unos grises preciosos de relaciones de clase. También tiene que ver con estos rituales ultramasculinos pero con un punto de vista femenino. Para mí es emocionante y delicado hacer ese punto de vista, pero necesitamos esa distancia para poder tener un sentido de criticidad o para no ser indulgentes con esa masculinidad que será retratada.