Los productores: Giancarlo Nasi, Quijote Films (Chile)
De niño, su padre, un italiano enamorado de los spaghetti western, le regalaba por su cumpleaños la suscripción anual a un periódico que traía la información de política y espectáculos en el mismo segmento. El chileno Giancarlo Nasi siempre alimentó el interés por ambos y así combinó la formación en derecho con la de cine en Francia y luego en São Paulo. La base jurídica le permitiría años más tarde hilvanar complejas coproducciones internacionales.
Tras finalizar la carrera de derecho (en la especialidad de propiedad intelectual), se dejó llevar por el romanticismo aventurero y aterrizó en Vietnam, donde trabajó en la adaptación nacional del talent show estadounidense “American Idol”. “Esa fue una buena escuela. La primera escuela”, afirma entre risas.
Desde “Raíz” (2013), su primera película con Quijote Films, Nasi ha producido o co-producido 16 títulos, incluyendo “La tierra y la sombra” de César Augusto Acevedo -ganadora de la Cámara de Oro en Cannes-, “Jesús” de Fernando Guzzoni, “Un lugar llamado dignidad” de Matías Rojas, y “Blanco en blanco” de Théo Court, ganadora del premio Horizontes en Venecia.
Este año ha sido particularmente intenso para Nasi. Entre otros filmes de Quijote Films, el tercer largometraje de Guzzoni, “Blanquita” obtuvo el premio Horizontes al mejor guion en Venecia, y “Pamfir” de Dmytro Sukholytkyy-Sobchuk compitió en la Quincena de realizadores. Además, el corto “Las criaturas que se derriten bajo el sol” abrió Zabaltegi en San Sebastián, tras pasar por Cannes y Toronto, y su director, Diego Céspedes, prepara su primer largometraje: “La misteriosa mirada del flamenco” con Quijote Films en coproducción con Irusoin (España), Les Valseurs (Francia) y Varios Lobos (México). El filme fue presentado en el mercado de Venecia, así como la próxima película de César Augusto Acevedo, “Horizonte.” Además, Nasi presentó “Morir de Pie” de María Paz González en el foro de San Sebastián.
Quijote Films tiene en postproducción el debut en el largometraje de Felipe Gálvez “Los colonos”, y están a punto de empezar a rodar una comedia dramática de Martín Rejtman, “La práctica”, una multiproducción internacional.
Háblame de tu formación “de campo” en Vietnam.
Fue curioso, muy interesante... porque la televisión vietnamita es un monopolio del Estado. Allí no hay elecciones, hay un partido único. Y había que negociar permanentemente con el Estado. No hay nada de Corte Suprema, son otras reglas. Fue una escuela dura, entretenida, muy kitsch, muy muy ecléctica, dinámica e inesperada. Todo ocurrió de una manera muy rápida y aprendí mucho. Pero yo no quería hacer televisión, mi pasión era el cine. Visconti es mi ídolo desde que tenía siete años.
¿Cómo fue tu regreso a Chile?
Cuando regresé a Chile, trabajé de abogado en patentes y por la noche estudiaba producción de cine. Después de un año me sentí listo para producir y ahí me junté con mis socios en Quijote Films. Ellos hacían mucha publicidad por aquel entonces, campañas políticas, películas para otros productores en coproducción... hasta que decidimos hacer nuestras propias películas. Eso fue hace diez años y desde entonces ha sido todo muy meteórico. Hemos hecho 16 películas juntos.
¿Cuál era la situación cinematográfica en Chile hace 10 años y en qué ha cambiado sustancialmente?
Cuando empecé, era un tiempo de oportunidades. En Chile había escasez de productores ejecutivos, algo que corroboraba, de hecho, un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo-BID. De manera que en mis inicios me sentí muy apoyado. Desde CinemaChile se construyó una casa con una “política de país”. Gracias a ellos, empezaron a salir todos esos programas para que viajáramos a los festivales y a los mercados. De manera que justo empecé en el momento en que la política audiovisual estaba concentrada en los productores ejecutivos. La primera película en la que me impliqué fue “Raíz”, una película que habían hecho unos chicos en ocho días con 8.000 dólares.
¿Te refieres a la película de Matías Rojas Valencia que estuvo en Horizontes Latinos en San Sebastián?
Sí. La postulamos al fondo de posproducción y nos invitaron al Bolivia Lab, donde conocimos al delegado de San Sebastián en América Latina, Javier Martín, que fue como un ángel que cayó del cielo. Le pasamos un DVD en mano, sin carátula, sin nada. Un DVD de una película que no estaba ni siquiera postproducida. Esa misma noche la vio y se la envió a José Luis Rebordinos. Y así fue como nos invitaron a San Sebastián. Yo no lo podía creer. Te juro que lloraba todo el día. ¡Vimos que podíamos hacer películas! En 10 años hemos hecho 16. Ese fue un gran momento, sin duda.
Las plataformas han venido a suplir lo que el Estado y las políticas públicas no han logrado. Y ahí es donde yo pongo la alarma y digo 'ojo, tenemos que mantenernos independientes'.
Tu línea de trabajo en estos años se sustenta sobre dos pilares: la apuesta por el talento y las coproducciones internacionales. ¿Qué cine quieres seguir haciendo en el futuro?
Muchas veces sin pensarlo, termino haciendo películas que son muy políticas, ya sea porque están basadas en hechos reales o porque hablan de inmigración o por tratar de darle espacio a historias de comunidades que no han sido representadas en la historia del cine, como la comunidad queer... Esto creo que no va a cambiar. Siento que eso es lo que me despierta por la mañana. Y hemos hecho muchas películas, hemos sido súper privilegiados porque en Chile ahora hay poco dinero. No estoy diciendo que seamos demasiados, pero somos muchos y creo que hay una gran fila atrás y el dinero es el mismo. Siento responsabilidad y sentido de supervivencia. Tenemos que empezar a buscar otras maneras de financiar y por eso nos hemos especializado en la coproducción internacional.
¿Cuáles son tus criterios concretos para elegir coproductores o territorios? ¿Buscas una complicidad con el productor, buscas un engarce natural de la historia con ese territorio?
Hemos producido con más de 15 países, entre ellos Taiwán, Grecia... y además los “clásicos”, por supuesto: Francia, Alemania, España... Hemos coproducido con México, Argentina, con Brasil, con Ucrania, con Polonia... “Jesús” de Fernando Guzzoni fue nuestra primera coproducción. Y ahí me agarró una obsesión por coproducir con países “raros”. Desde entonces, cada vez que me llega una coproducción imposible, el abogado dentro de mí se despierta y me dice: ¡sí, hagamos que esto funcione!
Lo que me planteo es si realmente será una película en la cual yo pueda aportar como si fuera una película mía. Eso es lo importante. Si veo que hay una complicidad entre nosotros, artística y política, voy a hacer lo imposible por lograrlo. Después veo cómo se hace, si calzan los criterios, si se logra por las reglas que hay, porque hay un montón de reglas, cierto.
Estamos en el cine de autor porque queremos, porque realmente todos nosotros podríamos estar haciendo más dinero en otro lugar. Pero, ¿para qué hacemos cine? Yo creo que para ser felices, ¿no? Y también es importante trabajar con gente que me haga feliz a mí y que las películas de ambos contribuyan a esto.
¿Qué ha pasado en estos diez años en la producción de cine en Chile?
Yo creo que el cine es una máquina de sueños rotos, pues siempre te encuentras con muchos “noes”. Y digo esto a pesar de haber ganado tres leones en Venecia. Es así, y es importante asumirlo desde la escuela de cine. Creo que, efectivamente, hay una voluntad firme de hacer cine. Estamos brillando mucho. El cine chileno tiene mucha visibilidad, pero sigue siendo igual de difícil hacer una película. Seguimos haciendo 30 o 40 películas al año. El fondo audiovisual no crece. Creo que ahí hay una suerte de desconexión entre lo bien que va el cine latinoamericano y las políticas públicas, que no han mejorado.
Y en ese estancamiento... ahora llegan unos players que lo están cambiando todo, las plataformas.
Y que también obviamente han hecho sus aportaciones. “Argentina, 1985” [primer original argentino de Amazon] es espectacular. Quiero mucho a Santiago Mitre, quiero mucho a Agustina Llambi y estoy orgullosísimo y siento que es un gran aporte. Dicho esto, de cierta manera siento que las plataformas han venido a suplir lo que el Estado y las políticas públicas no han logrado. Y ahí es donde yo pongo la alarma y digo “ojo, tenemos que mantenernos independientes”. La gran pregunta es: ¿cómo hago para sobrevivir, para crecer y para mantenerme independiente? Y por eso me vine acá a Los Ángeles, porque me dije: voy a aprender cómo funciona este sistema por dentro y poder utilizarlo.
Fíjate en Brasil, donde las plataformas han llegado para llenar el hoyo que dejó el sistema. Hay que encontrar un intermedio y una manera de mantener esta independencia.
El otro aspecto que ha definido tu trayectoria es el talento. Has producido primeros y segundos trabajos y sigues haciéndolo. ¿Dónde se identifica y se capta mejor el talento? ¿En laboratorios, escuelas, en los cortos?
Estoy muy agradecido a los talleres y los laboratorios, creo que son importantísimos. Diría que los he hecho casi todos. Ahí es donde yo aprendí y ahí es donde me descubrieron. Y sigo frecuentándolos... son un excelente lugar para encontrar talento. Me ha pasado también, por ejemplo, que empiezo a trabajar con directores que no tienen cortometrajes muy recientes y entonces, decidimos hacer un corto antes de la primera película. Y ahí he visto cómo el talento se va a implicar con nuestra manera de trabajar en el futuro, y cómo se encuentran nuevas vías para avanzar. Me pasó con Diego, y también con Felipe Gálvez, con quien estamos acabando “Los colonos”, después de hacer el corto “Rapaz”. Es como una primera cita. Además, me encanta hacer cortometrajes. Hay en ellos una libertad espectacular. Cuesta mucho trabajo hacerlos, pero también nos mantienen vanguardistas porque nos dan la libertad que no disfrutamos con la presión de la industria detrás.