• Natalia Orozco, directora de “El silencio de los fusiles”

  • Natalia Orozco, directora de “El silencio de los fusiles”

  • Natalia Orozco, directora de “El silencio de los fusiles”

Natalia Orozco, directora de “El silencio de los fusiles”

El pasado 20 de julio llegó a las salas colombianas el largometraje documental “El silencio de los fusiles”. Su directora, la periodista Natalia Orozco, estuvo durante años siguiendo las conversaciones para finalizar el conflicto armado entre el gobierno de Colombia y la guerrilla de las FARC-EP. Durante dos horas este documental reconstruye aquellas negociaciones, contando con reveladores testimonios y entrevistas de varios protagonistas de aquel histórico proceso. A propósito del estreno en salas colombianas el pasado mes de julio, LatAm cinema dialogó con Natalia Orozco.

El proyecto de hacer un documental sobre un proceso de paz del que no se sabía mucho debió haber sido en su momento una suerte de salto al vacío. ¿Cómo fue el origen del proyecto y cómo se empezó a hacer realidad?

Yo tengo una trayectoria de haber cubierto otros conflictos y creo que todo lo que había hecho antes, en 20 años de periodismo, fue prepararme para hacer esta película. Fue emocionalmente súper demandante. Tú lo dices muy bien, era un salto al vacío: primero, no sabía ni siquiera si iba a lograr el acceso a los dos lados de la mesa; segundo, no se sabía si se iba a lograr la paz; tercero, no era claro cuál era el costo incluso en términos de estigmatización o de seguridad que podía implicar acercarse a los unos o a los otros; entonces desde un principio la decisión era arriesgada. Pero también me siento muy privilegiada porque yo creo que muchos de los realizadores y de los periodistas que hemos crecido en este país hubieran querido hacer esta película. De modo que sí fue arriesgado, pero estoy muy contenta de dejar ese minúsculo aporte que registra este momento histórico para Colombia y para América Latina.

¿Cómo se dio la coproducción, esa vinculación de canales nacionales e internacionales a una producción como esta?

El documental lo inicio sola porque como no sabía qué iba a pasar, no le podía decir a ningún coproductor que iba a hacer una película con las FARC y el gobierno, porque de pronto nunca me iban a abrir la puerta. Durante el primer año, que fueron esos viajes en que o no lograba nada o lograba cosas que no me servían, no avancé nada, entonces no podía buscar coproductores. Pero cuando sentí que iba a lograr esos momentos de verdad, mandé una carta a la cadena francesa ARTE, que para mí era un sueño. Sorpresivamente, en menos de 24 horas tenía la respuesta del director, que estaba interesado en que habláramos. Necesitábamos un coproductor francés y comenzamos a trabajamos con Alegría Productions, una empresa con mucha experiencia pero también con quienes tuve muchas diferencias porque su forma cartesiana de trabajar era incompatible con este proceso de paz en el que nada se podía planear, no se podía decir cuándo se iba a rodar, a quién se iba a grabar. Muchas veces me llegaban mensajes, del gobierno o las FARC, que me decían que teníamos que estar en Cuba y que no nos podían decir por qué porque los teléfonos estaban pinchados, y yo les tenía que decir a los productores que me desembolsaran fondos porque me tenía que ir para Cuba y no les podía decir para qué. De modo que fue muy tenso, pero finalmente se logró.

Y después, cuando yo ya tenía confirmado a ARTE, entra el canal colombiano RCN en el proyecto, que supo entender y respetar mi condición de ser dueña de la línea editorial de la película. Este documental es uno que todo lo bueno y lo malo que tiene lo tengo que asumir como directora, y todo lo bueno acreditárselo a mi equipo.

Me siento muy privilegiada porque creo que muchos de los realizadores y de los periodistas que hemos crecido en este país hubieran querido hacer esta película.

 

¿Cómo se da la construcción en el montaje de la estructura de la película y de su lugar en ella como una suerte de narradora de la experiencia vivida durante su realización?

Al principio, cuando llegué a la sala de montaje, quería hacer algo sorprendente. Lo intentamos todo y no salía nada, no había ritmo, no había lógica. Al final, la decisión que encontramos con Etienne fue contar qué había sentido, así empezamos a construir el relato. Nos dimos cuenta de que cuando uno está haciendo catching living history, a cualquier deseo de hacer algo absolutamente creativo se le antepone la realidad. Este era un documental que exigía que se narrara como se vivió. ¿Por qué en primera persona? Era ególatra pensar que yo podía hablar en nombre de los colombianos. Lo más honesto que podía hacer era decir: ‘Así lo viví yo. Esta no es la historia del proceso de paz, así lo viví yo, que tuve un acceso privilegiado’. Pero estoy segura de que cada persona, en especial cada víctima, tiene su propia película en la cabeza.

¿Cómo se construye ese lugar para las víctimas, más allá del punto de vista desde el que se cuenta el documental?

Al principio, yo pensaba que las víctimas tenían que narrar la película, pues la hacía pensando en ellas. Entrevisté a muchas. Después, cuando intenté meter esas historias, me daba cuenta de que tenía unos límites de tiempo y de que cada historia era tan conmovedora y dolorosa y tan pedagógica, que coger un pedacito de una y de otra era, de alguna manera, irrespetar el dolor y la resiliencia de la gente. Etienne me preguntó por el momento más importante con las víctimas. Le dije que fue cuando iban a encontrarse víctimas y verdugos (el Estado y FARC, porque aquí fueron todos). Para mí fue muy impresionante porque creo que yo no tendría esa grandeza, yo no sabría perdonar como perdonan ellas. En el documental siempre estoy narrando, pero durante esos 20 minutos que le dedico a las víctimas yo no digo nada y lo único que hay es ese canto de las cantoras del Pacífico porque, ¿qué puede uno decir? Frente al horror que cometieron los victimarios y la grandeza de las víctimas que fueron allá a decir: ‘Yo perdono y le aporto a mi país mi propia esperanza, mi propio perdón’, yo creo que no había nada qué decir.

¿Qué significó para ustedes poder haber estado en el Festival de Cartagena (FICCI) siendo la película de apertura y contando con la asistencia de algunos de los negociadores como invitados?

Fue muy raro. Fue el momento de tolerancia como país más grande que yo haya vivido. Independientemente de que la película no se volviera a mostrar, aquel instante, no por los aplausos sino por el simbolismo que tenía, aquel instante con Humberto de la Calle a mi izquierda y Pastor Alape a mi derecha, con los combatientes jóvenes que estuvieron presentes, todos escuchando cómo yo lanzo una crítica a los vínculos de la guerrilla con el narcotráfico o a los vínculos de las fuerzas militares con paramilitares, todo el mundo en silencio, entendiendo que tenemos que mirarnos hacia adentro, sin agredirnos, que tenemos que escucharnos sin violentarnos; para mí fue como la Colombia que tenemos que construir, la de la tolerancia.

Y después, verlos a ellos sentados con otros colombianos que se acercaban con curiosidad a tratar de entender quiénes eran esos monstruos que los medios de comunicación les mostraron durante tanto tiempo fue un primer paso, que no logré yo, sino que lo lograron Diana Bustamante y Pedro Adrián Zuluaga. A ellos y a la junta del FICCI que tomó este riesgo enorme se debe que esto haya sucedido. Para mí, el FICCI es el festival más valiente del mundo.