Pablo Trapero, director de “Elefante blanco”

No caben dudas que el realizador argentino Pablo Trapero es uno de los directores favoritos del Festival de Cannes, que desde 2002 ha programado cuatro de las siete películas que conforman su filmografía. “Leonera” aspiró en 2008 a la Palma de Oro, mientras que “El bonaerense” (2002) y “Carancho” (2010) fueron seleccionadas para Un certain regard, al igual que su flamante “Elefante blanco” que este año lo devuelve a la Croisette.

“Elefante blanco” toma su título de una monumental estructura semi-abandonada, que nació para convertirse en el hospital más grande de Latinoamérica. Nunca llegó a construirse, siendo abandonada por diferentes gobiernos a lo largo de varias décadas. Mientras el edificio permanecía inerme, a su alrededor fue creciendo lo que se ha denominado popularmente como Ciudad Oculta, una de las mayores villas de Buenos Aires.

Con su habitual equipo de guionistas –Alejandro Fadel, Santiago Mitre y Martín Mauregui-, Trapero arma una ficción que bebe de la realidad, tomando ese edificio que simboliza el abandono del Estado y la figura del Padre Mugica –sacerdote consagrado al trabajo social, asesinado en los años 70-, para narrar la historia de dos curas y una asistente social que luchan por ayudar y mejorar las condiciones de vida de los habitantes de una villa, debiendo enfrentarse a un Estado ausente y corrupto, y sus propios conflictos internos.

Protagonizada por Ricardo Darín, Martina Gusman y el belga Jérémie Renier, “Elefante blanco” es una producción de las argentinas Matanza Cine y Patagonik con la española Morena Films y la francesa Full House. Se estrena comercialmente en la Argentina el 17 de mayo, cuatro días antes de su exhibición en Cannes.

En esta edición, Trapero viene con yapa. Un certain regard también programa el film colectivo “7 días en La Habana”, donde el director es uno de los realizadores que retratan un día en la capital cubana.

Hace años se había anunciado este proyecto. ¿Cómo fue madurando hasta concretarse?
La idea de esta película empezó a existir en mi cabeza, te diría, casi en la época que estudiaba cine. Desde entonces hasta ahora fui haciendo lo que normalmente hago cuando voy a hacer una película: tomo notas, guardo fotos… Empiezo a hacer como una cosa muy a largo plazo y con el tiempo se va armando un poco los primeros lineamientos, definiendo por dónde va la película. Y después que la idea de la película empieza a existir, comienza el trabajo de investigación, de acercamiento, el proceso de guión.

¿Qué tanto fue mutando con los cambios del contexto socio-político?
Fue cambiando porque muchas cosas fueron cambiando en estos años. Son cosas que por un lado cambian, pero por otro son diferentes manifestaciones de lo mismo. Eso lo dice claramente el personaje de Darín: “La violencia de ayer no es la misma de hoy”. Pero la violencia sigue existiendo. Los problemas son diferentes porque ahora vive más gente y demás, pero la naturaleza del problema es muy similar en los años 70 y hoy en día.

“Elefante blanco” está centrada en dos curas que trabajan en una villa siguiendo la línea de lo que fue la obra del Padre Mugica. ¿Por qué te interesaste por su figura y de algún modo su legado?
Se habla de lo que se conoció como el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Y cómo eso fue convirtiéndose con los años, en Argentina, en lo que hoy conocemos como los curas villeros. El Padre Mugica es una referencia inevitable en la lucha y en el compromiso de los curas en las villas. Entonces era muy difícil construir un relato de ficción que reflexionara sobre la realidad de estos curas sin mencionar al caso Mugica. Pero vemos que hay un grupo de trabajo más grande, un montón de gente que se involucra en este trabajo cotidianamente, sin ser curas, como asistentes sociales, ONGs, etc.

Y que responde a la ausencia del Estado…
La prueba de que esos lugares están como están es porque hace cincuenta años que no hay acciones más claras en esa dirección.

Nuevamente estás en Cannes, como anteriormente lo hiciste con “El bonaerense”, “Leonera” y “Carancho”. ¿A qué atribuís esta suerte de romance de Cannes con tus películas?
El romance al menos es correspondido, cada vez que me invitan voy con gusto (risas). Cannes es un festival de muchos años de tradición y hay gente que elige películas hace 30 años, entonces me halaga que se renueven los votos y sigan confiando en mis películas, sobre todo, porque una vez que la película está programada tienen que opinar sobre las películas los críticos y la gente de la industria. Lo bueno es que cada vez que fui, las películas fueron bien recibidas. Y hay expectativas, así que me alegra.

Antes de develarse la programación se apostaba a que tu película iría a la competencia oficial, finalmente quedó en Un certain regard. ¿Cambia en algo participar en una sección u otra?
Depende mucho de la película y lo que hayas proyectado para ella. En realidad creo que cambia ir a Cannes o no. Por ejemplo, si la película no hubiera ido al festival, para la carrera internacional de la película hay que esperar hasta septiembre. Entonces los productores de afuera tienen que atrasar todos sus estrenos, etc. Es más una cuestión de planificación lo que cambia. Y la competencia tiene lo bueno y lo malo de toda competencia; estás en esa situación de estar esperando, estresado, en una especie de situación deportiva, cuando evidentemente no se trata de quién corre más lejos o quien hace más goles, es más subjetivo. Lo que tiene de bueno es la exposición, en el caso de que te vaya bien, y lo malo es la angustia que te genera ese proceso. Entonces lo bueno de Un certain regard es que tenés todos los beneficios de estar en Cannes, y no tenés esa dosis extra de estrés que significa estar en la competencia. Lo importante es no poner toda esa energía en un solo lugar, de hecho, la película se estrena antes en Argentina que en Cannes. Y eso estaba previsto fuera o no.

En Un certain regard tenés una segunda película, o al menos un episodio dentro de un largometraje. ¿Qué es lo que cuenta tu capítulo de “7 días en La Habana”?
La película está hecha por siete directores, cada uno hacemos un día de la semana. Y cada día cuenta una historia autónoma. Lo que unifica un poco los días son ciertos espacios y locaciones que se van repitiendo, y algunos personajes. En mi caso, el día es el martes. Y cuenta la historia de un director de cine que va al Festival de La Habana para ser homenajeado por su trayectoria, en el medio de una crisis afectiva muy grande. Entonces tiene un poco este contraste entre la crisis que está viviendo y la situación pública donde todos lo agasajan. Todo esto centrado en la relación que tiene con el chofer, que es quien lo acompaña y se convierte en su compañero en esas horas.

¿Por qué pensaste en Emir Kusturica para que protagonice la historia?
Tenía que ser alguien que pudiera actuar, que fuera famoso, un nombre que uno conozca pero que mucha gente no relaciona con la imagen. Era lindo jugar con la idea de un nombre –Kusturica- que todos conocemos, pero que no todos vinculan con su cara porque no es actor. Además, siendo estudiante de cine, fui siempre muy admirador de sus películas y para mi significaba un pequeño homenaje. Y hace un personaje de Kusturica que es bastante gracioso. Es una suerte de comedia, con humor negro. La verdad que fue una experiencia muy linda.

Cynthia García Calvo

“Me halaga que el Festival de Cannes siga confiando en mis películas, sobre todo, porque una vez que la película está programada tienen que opinar sobre las películas los críticos y la gente de la industria”.