Rómulo Sulca Ricra, director de “Érase una vez en los Andes”
“Érase una vez en los Andes”, el primer largometraje de ficción del director peruano Rómulo Sulca Ricra, está a punto de comenzar su etapa de distribución tras 12 años de trabajo. Inspirada en un cuento antibelicista del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro sobre el absurdo de la guerra y el hecho de que, al final, lo único que te diferencia de tu contrincante es la manifestación cultural y lingüística, el director se plantea la película como un homenaje a su madre, una líder comunal analfabeta y quechua hablante que murió a a los 22 años víctima del gobierno de Fujimori.
En 2015, el proyecto participó en el primer Taller Andino de Desarrollo de Ideas con Ibermedia, donde fue asesorado por Santiago Mitre. En 2017, recibió el apoyo de Ibermedia en la línea de desarrollo. Cuatro años más tarde, la DAFO le otorga una beca para sus talleres de desarrollo. Ese mismo año, gana el Concurso nacional de proyectos de largometraje de ficción exclusivo para las regiones del país (excepto Lima Metropolitana y Callao). Ya en postproducción, fue seleccionado para participar en el 7° Cine del Mañana del Festival de Cine de Lima PUCP y en 2022 ganó el premio LatAm cinema en SANFIC. La película está producida por la productora del director, Catacresis Cine.
El punto de partida del film es un cuento de Alberto Chavarría Muñoz, “La guerra de la Cruz del Sur”, sobre Margarita, una pastora que cuida de un soldado chileno herido con la guerra del Pacífico entre Chile y Perú como telón de fondo. Si bien es un proyecto de ficción, toma algunos datos de la realidad histórica, "dándole el aspecto humano y a la vez buscando la redención de los personajes", según explica el director en sus notas.
LatAm cinema conversó con Rómulo Sulca sobre su ópera prima de ficción, sus intereses como director y su próximo proyecto.
¿Cómo surge la película?
En 2011, cuando estaba estudiando en la universidad, le comenté la historia que tenía en mente a un amigo que me sugirió que leyera “La guerra de la Cruz del Sur” de Alberto Chavarría Muñoz, y me encantó. Conseguí la autorización para hacer la adaptación porque el autor era mi docente, y empecé a desarrollar el proyecto, buscando también otros cuentos y novelas sobre la guerra con Chile. Al principio era una historia más loca, diferente, más complicada; fue cambiando. La asesoría con Mitre en Bolivia Lab nos ayudó a darnos cuenta de que era un proyecto muy caro. Cuando volví a Perú, nos pusimos a reescribir con el productor Jhon Pizarro. Ahí comienza la película que existe hoy.
Este es tu primer largometraje de ficción tras varios proyectos de documental, ¿cómo es rodar ficción en comparación con el documental?
Es totalmente diferente. La ficción es colectiva, tienes que tener al tanto a todas las partes; el documental, en cambio, puedes llegar a trabajar incluso tú solo. Antes de la pandemia, hice un curso en la escuela de cine de Cuba en el que vi la diferencia entre ambos, aprendí a usar los lentes, las cámaras. Como estudié comunicación y no cine, terminé aprendiendo mucho en cada taller que participé, los viajes, las conversaciones con otros cineastas. Fue un proceso de aprendizaje muy duro.
¿Cómo lograste seguir con el proyecto tantos años?
Mi madre murió en el '92 a los 22 años, fue envenenada por su posición política contra el gobierno de Fujimori. Era quechuahablante, analfabeta y muy activa políticamente. Siempre quise hacer algo que me recordara a mi madre y ese objetivo fue una de las cosas que me ha ayudado a sostener el proyecto todo este tiempo. Sin ese objetivo de querer hacer algo por mi madre, no lo hubiera conseguido. A veces lo único que te sostiene es esa idea. Margarita representa a mi madre. Perdí a mi madre tan de niño, que casi no recuerdo su rostro. Hay escenas en las que se muestran rostros difusos o cubiertos, que hacen referencia a esto. Sin ese acompañamiento de mi madre, no hubiera podido terminar la película.
“Aprendí a hablar español recién a los 12 años. Sé que a veces se elige usar el quechua porque es exótico, como si fuera un valor de producción, pero este no es el caso”.
Háblanos sobre la producción del film.
Tras participar del primer Taller Andino de las artes organizado por Ibermedia, nos contactaron para postular a su Fondo de desarrollo. Entonces postulamos y lo ganamos, y ya con ese dinero nos sumergimos a producir. Ibermedia fue lo más lindo que me pasó en la vida, sentí que me ayudaron. Entonces, me fui al lugar donde grabamos la película. Estuve como tres meses viendo, yendo de acá para allá, viendo dónde podían ser las locaciones y viendo posibilidades para el casting. Es más, a la protagonista de la película yo la conocí cuando ella tenía 12 años, era una niña. Y cuando la invito para el casting, tenía 15 años, y con 15 años comienza a rodar la película.
Fue un proceso de trabajo ahí mismo, tratar que el presupuesto que teníamos nos diera para filmar la película. En principio, planteamos el proyecto como una coproducción con Chile, que nos iba a permitir aplicar al fondo de coproducción de Ibermedia; esto iba a ayudar económicamente y también comercialmente. Pero finalmente, produjimos solos, lo que nos ha dado ciertas libertades. Ahora estamos pensando la estrategia de distribución. Tenemos confirmado el estreno comercial en Perú, por las obligaciones contraídas por el fondo, para el 23 de mayo del próximo año. Mientras, vamos a hacer el recorrido en festivales.
¿Por qué tomaste la decisión de que fuera una película hablada en quechua?
Hay varios tipos de quechua: la película está hablada en quechua chanka, que es la lengua de mi madre. Tengo ascendencia totalmente indígena. Soy descendiente de los chankas, chocas y soy quechuahablante. Aprendí a hablar español recién a los 12 años. La película está rodada en quechua chanka, que es quechua de Ayacucho, Huancavelica y parte de Andahuaylas. Creo que el único habla español en toda la película es Juan, el chileno, que tiene muy pocas intervenciones. Fue una decisión muy natural, desde un principio. Mi madre era quechuahablante, no hablaba español. Por eso también siempre lo mantuve.
Muchas veces se decide usar las lenguas autóctonas por un tema de exotismo, o sea, para que la película era más exótica. Hablémosla en quechua. O hablemos en lengua de la selva, porque para los europeos… no sé, esas cosas ejercen una fascinación. Pero no fue así para mí, esto es lo mío, es mi rollo.
¿Por qué dirigir cine?
Porque tal vez es una de las maneras en las que uno puede sentirse bien consigo mismo. Y por otro lado ya es un tema más político. Porque el cine que se hace en el Perú siempre lo han hecho los blancos, los privilegiados (los que han ido a estudiar cine a Europa, Estados Unidos o Argentina, México, Brasil...). Entonces, los cholos como nosotros no podemos estudiar cine porque a duras penas podemos ir a Lima. Cholos es una palabra muy menospreciable, los perros. No solo es marginales, se hace una referencia a tu procedencia de origen, lugar y formación, etc. Es lo peor. Perú es un país muy racista y clasista. Por eso me siento bien viviendo en los Andes, porque acá todos somos cholos. Miro mis películas y me doy cuenta que siempre me preocupa principalmente lo social. También lo racial, y lo ético. Por eso esta película es del encuentro de un chileno de ascendencia claramente europea y lo que somos nosotros.
¿Cuál es tu próximo proyecto?
Estoy desarrollando “Ayahuanco”. La historia comienza en Italia. Un chico nace y su madre es esterilizada. Cuando ella empieza a denunciar, la amenazan de muerte, entonces decide huir con el niño que acaba de tener. La madre se suicida y el hijo llega a Perú para enterrar a su madre. Esto es importante para la cultura Andina. En nuestra cultura no se crema, sino que a los muertos se los entierra. Ayahuanco es una palabra quechua que significa aya, muerte y huanco, envolver, sería envolver al muerto. Va ser una road-movie. Esta película también surge de algo personal, es un largometraje de ficción en homenaje a mi padre. Él se fue con Sendero Luminoso cuando éramos chicos y me iba a visitar a un albergue haciéndose pasar por un tío porque no podía decir su identidad. Cuando ya fui más grande y me pudo sacar del hogar por unos días, hicimos un viaje en el que pude hacerle muchas preguntas que tenía pendientes, sobre todo por el fallecimiento de mi madre. Fue un viaje muy importante.