“The best thing you can do with your life”, un documental que desafía el aislacionismo religioso
Un convento de clausura y un hombre que decide pertenecer a él. Un documental en el cual este protagonista afirme que “la verdad es lo que nos da la felicidad”, ya nos asegura que estemos ante una película con más interrogantes que respuestas. Que parta de la incomprensión y termine en la incomprensión. El camino recorrido se vuelve claustrofóbico y al final “todo ha cambiado y todo sigue igual” según concluye su directora y coprotagonista, Zita Erffa. “The best thing you can do with your life” (o “Lo mejor que puedes hacer con tu vida” en su versión en español) plantea la historia de László, el hermano de Zita, que un día y de forma repentina abandona su familia para enrolarse en los Legionarios de Cristo, una congregación de clausura fundada por el pederasta Marcial Maciel.
Hija de una mexicana, Zita Erffa había estado por última vez en México hace 15 años. Volvió al país para estudiar documental en el Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC) y como parte de un intercambio con su escuela de cine, la HFF en Munich. Allí llegó con un proyecto sobre los Legionarios que luego se transformó en una película acerca del reencuentro con su hermano László, a quien se le permitió visitarlo e ingresar con la cámara luego de ocho años internado con escasa comunicación en un monasterio de esta orden católica.
La ópera prima de Erffa logró la nacionalidad mexicana y alemana al recibir el aporte del CCC para la producción, una beca económica para artistas alemanas trabajando en México, recursos propios de la directora y el apoyo de la HFF para la posproducción.
Las casas productoras fueron la de la propia directora, Petruvski Films, y la mexicana Ojo de Vaca (Bruno Santamaría y Abril López) y actualmente se encuentran en la búsqueda de una distribuidora o agente de ventas. El largometraje fue estrenado este año en la Berlinale y exhibido en los festivales de Cartagena de Indias y de Guadalajara, donde Erffa recibió una mención del Premio Mezcal por su trabajo en la dirección de esta película. Las próximas estaciones también serán en ambos continentes: en el DOK.fest München y en el ecuatoriano Encuentros del Otro Cine (EDOC).
En la película dices que no te gustan aquellas en las que los realizadores filman a sus propias familias ¿Cómo se explica que hayas elegido trabajar con la tuya?
No, me encanta ver esas películas porque me parecen súper interesantes y jugosas, son muy atractivas, son como leer una revista de quién está con quién. Pero lo que siento es que si sólo lo haces para poder realizar tu película, puede tener aspectos vergonzosos donde dices: “¿Y eso por qué lo compartes con otras personas? ¿Por qué no discutes el problema con la persona implicada?”
Pero es que eso es lo que sucede en tu película…
Hacer la película fue la posibilidad de hablar de esto ahorita. En vez de dejarlo para mañana, porque es algo desagradable o porque no teníamos ganas de hacerlo. Fue un gran catalizador. Es cierto que en mi caso lo podría haber discutido con mi hermano sin una cámara, pero siento que este proceso no hubiera sucedido, porque no se habría generado una pelea como tal. El rodar permitió que se diera cuenta de que realmente había habido una ruptura y que todo estaba muy en una niebla. La película me hizo entender muchas cosas y pensar en otras, poner la cámara ahí hizo que todo fuera más rápido. Si no habríamos hecho las paces en 5 ó 10 años.
En un primer documental me resulta normal que la gente filme a sus familias, porque uno siempre se aprovecha un poquito, el riesgo está en cuando te aprovechas mucho, porque puedes dar pena ajena.
Entonces la necesidad de este filme es abarcar este tema, dejar de evadirlo, porque era algo que siempre me perseguía, como una nube negra que siempre está ahí. Fijate que cuando viajo a México para estudiar, el proyecto era sobre los Legionarios en general y recién con el tiempo en el CCC fue que me di cuenta que la película era sobre mi hermano. Se trató de una película buscándome a mí, más que yo a la película. De hecho fueron especialmente los amigos y compañeros que me insistieron en ese nuevo foco de la película.
En un primer documental me resulta normal que la gente filme a sus familias, porque uno siempre se aprovecha un poquito, el riesgo está en cuando te aprovechas mucho, porque puedes dar pena ajena.
¿Qué dificultades se interpusieron en ese viraje del proyecto?
Al principio es muy difícil porque compartís temas muy personales. Hasta que en un momento dejás de ver a vos y a tu hermano como personajes, ya no los ves como familia.
¿Y no es riesgoso perder esa perspectiva?
No, yo creo que está bien porque no es bueno cuidarse demasiado, que es algo que automáticamente lo sigues haciendo. El desafío en realidad estaba en respetar lo que él decía. En muchos momentos yo lo protegía demasiado y trataba de que sus opiniones más cuestionables no aparecieran.
De todas formas queda expresada claramente una visión crítica hacia los Legionarios.
Sí, pero mira que depende de desde dónde la veas. Por ejemplo después de una exhibición un señor vino y me dijo que él sentía que era una propaganda para los Legionarios. Y de hecho László sabe que los Legionarios no son mi orden favorita. Entonces yo creo que la crítica se arma más bien desde tú viendo una crítica ahí y no desde lo que muestra la película. Tú sacas la crítica. Yo no digo “ellos son malos”. Puede haber muchos elementos de la congregación que están en la película para que el espectador construya una crítica, pero no soy yo quien dice “oh, eso está muy mal”.
De hecho la película tiene un objetivo secundario que es lograr que ellos mismos tengan una mirada ajena sobre ellos y sobre lo que pasa si separas tanto a las familias de los jóvenes, algo que parece que ya lo están cambiando.
De hecho László cree que filmamos la realidad. A él le gusta la película, creo que le gustan las partes más emocionales.
¿Qué te deja la película a vos como realizadora y como hermana?
Por un lado resolver el problema con mi hermano -no sólo para mí, sino para toda la familia- y por otro que al ser una ópera prima te presenta al mundo, te hace viajar y te permite conocer a muchas personas. Creo que son esas dos cosas lo que me deja.
Respecto a los viajes, el proyecto participó en diversas instancias de desarrollo como el DocuLab del FICG, el pitching de DocMontevideo, el Docs in Progress de DocsMX y en el Co-Pro Market de DOK Leipzig. ¿Qué le aportan instancias así a una película como ésta?
Estos espacios tienen la ventaja de que la ves con públicos diversos que manejan distintos niveles de información sobre mí y sobre el tema. Eso siempre es súper interesante porque tienes muchas opiniones y cuando una misma se va repitiendo dices: “Ah, ok, algo habrá de cierto en esto”.
Entre los logros de la película está su armonía entre la cámara, el color, tu narración en off, la puesta en escena, la historia que cuenta y el personaje que la protagoniza. En este esquema parece central el rol del director de Fotografía, Bruno Santamaría, quien además coproduce el filme. ¿Cómo llegaron a las definiciones conceptuales y estéticas de la narrativa?
Los textos se me iban ocurriendo durante el rodaje, por eso ya sabía qué imágenes íbamos a buscar. La forma de narrar ya la tenía predefinida antes de la filmación, por suerte. En un inicio pensamos trabajar con cámara en mano, pero se movía mucho porque ellos se movían excesivamente poco, ellos son muy lentos en sus movimientos, entonces nuestra cámara quedaba como muy nerviosa y nosotros éramos los que teníamos que estar más calmos. Ahí empezamos a filmar todo con trípode.
Y el modo… Bruno sabía perfectamente qué era lo que yo quería y antes conoció en profundidad y personalmente a mi familia, para poder entender lo más posible qué precisaba expresar yo antes de ir a filmar. Esto fue central porque por la propia dinámica del rodaje (yo hacía el sonido) nosotros nos podíamos comunicar muy poco durante la filmación. Así que en la práctica terminamos haciendo como una suerte de codirección. Pero esto es común en el documental ¿no? el fotógrafo toma más decisiones que en la ficción.
Él entendió muy bien qué era lo que yo quería, qué tipo de imágenes buscaba y sabiendo esto, creo que también ayudó el hecho de que compartimos el dolor de haber visto partir a un hermano.
¿Había un dolor compartido?
Sí, en parte. Y ese entendimiento se tradujo en otro aporte muy importante de él. Al inicio, yo estaba muy enojada con los Legionarios porque sentía que me habían robado a mi hermano. Entonces quería que quedaran mal. Y Bruno me ayudaba a controlar todo ese enojo y a hacerme ver que algunas decisiones de rodaje eran equivocadas, producto de mi falta de calma. Entonces me decía: “¿Quieres que queden mal o quieres entenderlos?”. “No, quiero entenderlos”, le respondía.
Con Santamaría junto a su socia Abril López comparten la coproducción del filme ¿Cuáles fueron las claves para que este vínculo fuera exitoso?
A la película empecé produciéndola yo sola porque no conocía a nadie en México. Luego entraron ellos dos y finalmente mi escuela en Munich hizo la posproducción. Las claves están en tener confianza en la persona con la cual estás trabajando, por un lado en los aspectos de dinero y por otro lado de gusto. Creo que estas son las dos cosas más importantes y que a su vez son lo más difícil de encontrar.
¿Cómo evalúas el panorama de la coproducción entre México y Alemania en base a esta experiencia?
Creo que es un camino muy posible, que puede funcionar muy bien porque en México hay muchas ideas y en Alemania mucho dinero. El recorrido de la película ha acompañado estos dos mundos y refleja este potencial asociativo: tuvo el estreno mundial en el Festival de Berlín, el latinoamericano en Cartagena y el nacional en Guadalajara. Yo creo que esta posibilidad de viajar ha sido por la coproducción, es algo que no pasaría si la película fuera solo alemana.